[...] La concordia consiste en tender siempre la mano al entendimiento. En ponerse en disposición de encontrar el acuerdo. En buscar el bien común. En darse cuenta de que defender nuestra unidad dentro de la diversidad, nos hace más fuertes. [...]
Del discurso del Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2017, Antonio Tajani
Un mes de octubre triste para España
Incertidumbre. De todas las palabras que podemos usar para resumir la situación en la que se encuentra España ahora mismo, esa sea tal vez la más políticamente correcta, aunque quizás la más acertada.
Octubre comenzó con la historia de unas urnas para realizar una votación que no respeta lo establecido en
la Constitución que todos los españoles tuvieron oportunidad de votar en Diciembre de 1978. Continuó con la publicación de las imágenes que denunciaban la brutalidad ejercida por las Fuerzas de Seguridad del Estado, con el posterior descubrimiento de que muchas de ellas estaban en realidad manipuladas o bien tomadas prestadas de eventos anteriores que
nada tenían que ver con el actual. Nuestro Rey intervino
en un discurso inolvidable para la historia de nuestro país y marcó, con ello, el rumbo que deben tomar nuestras instituciones
-las de todos, no las de unos pocos-.
Octubre termina con la decisión tomada por el Gobierno de Mariano Rajoy tras un Consejo de Ministros extraordinario -por su carácter y por su decisión- de aplicar el artículo 155 de nuestra Constitución. Conviene quizás recordar que una ley está para cumplirla y que la función de las instituciones democráticas es precisamente proteger la Democracia. Nuestro Poder Legislativo dicta Leyes que nuestro Poder Ejecutivo debe encargarse de aplicar, y nuestro Poder Judicial debe velar por su cumplimiento. Así funciona una Democracia, y así ha de ser para todo el mundo.
Era Europa lo que estaba en juego
Algún día los acontecimientos de estos últimos meses (¿años?) se estudiarán en los libros de texto. Quizá esas generaciones venideras, analizando los hechos a través del prisma del tiempo, sean capaces de reconocer que lo que estaba en juego en estos momentos no era el destino de España únicamente sino también el futuro de Europa.
Europa, tal como la conocemos, es ese continente que ha permitido que mi generación crezca, viva y viaje en paz -al menos hasta ahora-. Esa paz ha venido dada por unas instituciones que han garantizado el respeto a la ley y la protección de ese respeto en todo el territorio. Por esa paz muchas personas tuvieron que sufrir, pasar hambre, echar abajo muros y morir.
Que el señor Puigdemont tenga éxito jactándose de hacer política saltándose la ley marcará el destino de España pero también el de Europa. Toda la sangre derramada en nuestro continente habrá sido en vano si en el primer cuarto del nuevo siglo jugamos a volver atrás en el tiempo. Cuanto antes anulemos la incertidumbre que provoca la política de este señor, antes podremos volver a trabajar por una España unida en una Europa de concordia.
Alguien me preguntó el otro día "¿qué va a pasar en España a partir de ahora?". Y yo repliqué "y en Europa, ¿qué va a pasar?"
Un tren perdido, una oportunidad encontrada
Observamos desde el andén de la estación un tren que se aleja: ese en el que, decíamos, todo iba bien y todo era normal. Uno de los aspectos positivos de lo que ha sucedido (si es que puede considerarse positivo) es que el halo de normalidad bajo el cual se escondían los abusos y discriminaciones ejercidas contra el castellano en Cataluña ha desaparecido.
Nada puede ser normal cuando un Gobierno pone en marcha el mecanismo legal para aplicar el artículo 155 de la Constitución. Cuando empresas de tradición catalana trasladan su domicilio fiscal a otros lugares del país. Cuando los furgones de la Guardia Civil y de la Policía Nacional son recibidos a pedradas en una ciudad que quiere considerarse moderna. 40 años de democracia después, y 40 años después de pagar los caprichos nacionalistas sin fin a cambio de nada, llegamos a un punto y aparte.
Hasta aquí hemos llegado.
El alcance de la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución lo iremos descubriendo en los próximos días. Es sin duda una oportunidad que tiene la Democracia Española de defenderse y de protegerse. Es la oportunidad de hacerlo con la Unión Europea a nuestro favor, con la Comunidad Internacional a nuestro favor... porque tenemos la Ley a nuestro favor.
Nuestro sistema de bienestar estaba basado en el respeto a la Ley. Teniendo la Ley a nuestro favor, se nos ofrece la oportunidad de mostrar con solidez que quien no respeta la Ley está fuera del sistema. Y es una oportunidad de oro para permanecer firme y mantener fuera del sistema a quien se jacta de estarlo.
Tres historias de donde venimos...
Para terminar, tres historias vienen a mi mente, fruto de viajes y encuentros en un ambiente internacional.
Los estereotipos españoles
La primera de estas historias tiene lugar una tranquila tarde de marzo, un inicio de primavera de un 2012 que ya se aleja en el tiempo. Durante mis prácticas en recepción conocí a una joven alemana, estudiante brillante de Humanidades procedente de Düsseldorf. Intercambiamos varias bromas sobre los tópicos propios de un español y una alemana, pero en un momento dado el tono de la conversación se volvió más serio y ella me preguntó "cuándo trabajábamos los españoles, en realidad". Comprendí que la muletilla "en realidad" se debía a la imagen que esta chica tenía en mente: la de un español que se levanta a las 9, parando a las 12 para comer y echar la siesta, y terminando su jornada a las 17. No había curiosidad por "saber". Esa imagen de una jornada laboral tipo en España, falsa y falta de contrastes, era lo que tenía mi compañera en su cabeza, cuando por aquel entonces contaba 20 años. A lo largo de la conversación todos los miembros de mi familia y por extensión el resto de españoles, fueron tratados de "vagos" con muy poca sutileza. No recuerdo qué fue peor, si tener que escuchar algo así en boca de alguien supuestamente cultivado o bien tener que "pelear" por algo tan banal mientras charlaba con ella.
Las razas, aún de actualidad
La segunda historia ocurre en Turín, una lluviosa tarde de abril de 2017. De visita a la ciudad torinesa, tuve ocasión de disfrutar de un agradable paseo con una navarra que conocí por casualidad en una pastelería. La conversación se trasladó de nuestras ocupaciones profesionales particulares hacia nuestras ideas sobre la situación actual en Europa y en España. Hablamos también sobre mi experiencia después de unos años trabajando en Francia. Yo resalté, en un ejercicio de honestidad para con mi país de adopción, que mi experiencia en Francia no puede ser descrita grosso modo más que con buenas palabras, tanto en lo personal como en lo profesional. Un paseo por Turín de lo más simpático terminó, sin embargo, con dos ideas resonando en mi cabeza de regreso al hotel: "Mi padre, para las entrevistas de trabajo, me recomienda decir que soy vasca porque está mejor visto que si digo que soy española" / "No veo ninguna utilidad práctica a la existencia de la Unión Europea". Fueron dos momentos de la conversación que bien podrían haber pasado desapercibidos pero no fue el caso. Escribiendo por la noche acerca de las impresiones del día me di cuenta de que estaba ante dos llamadas de atención. Una chica de 25 años que ha nacido y crecido en el seno de una democracia moderna, en una España y una Europa de paz y concordia, no ve utilidad práctica en el sistema que precisamente le permite tener la vida que tiene hoy en día. Una chica de 25 años que ha nacido en el seno de una Europa moderna sigue viendo más utilidad en "su" raza que en otros factores.
La integración es posible
La última historia que quiero contarles tiene lugar la primera semana de octubre de este año 2017. Con la particularidad de desarrollarse el día después de una de las más tristes jornadas para la democracia española, esta conversación tiene lugar el 2 de octubre con un matrimonio francés que lleva quince años viviendo en España. "¿De dónde sois?" y "¿cuánto tiempo lleváis viviendo allí?" son preguntas recurrentes cuando uno se cruza con personas de otros lugares; les pasa a quienes conozco, me pasa a mí, y les pasará probablemente a ustedes si les toca viajar al extranjero. La respuesta de mis interlocutores no podía dejarme indiferente: "estamos muy contentos, viviendo entre Granada y Alicante, aunque nos preocupa mucho lo que está pasando en Cataluña" y me hablaron, muy por encima claro, de su comercio particular y su temor al observar los últimos acontecimientos que ocurren en España. Yo les contemplaba con emoción, pues no puede haber sino emoción al observar el cariño con el que dos emigrantes hablan de su patria de adopción. "No sé qué quieren, si ya lo tienen todo" me decía el marido, con semblante serio. "Una frontera" respondía yo, como ocurrencia por otra parte bastante acertada.
... para tratar de averiguar hacia dónde vamos
Estas tres historias tienen lugar en momentos distintos -y siempre delicados- de la historia. No son nada comparados con la fuerza de un movimiento social, pero sí representan tres fotografías de la situación europea y española actual: personas de distinta edad, de distinto origen y de distinta situación comparten inquietudes y se posicionan en consecuencia. Son conversaciones reales que reflejan cómo algunos jóvenes del viejo continente adquieren algunas de las peores actitudes del pasado y cómo otras personas, bien entrados en los cincuenta, envían mensajes de prudencia a las generaciones venideras. La pregunta es: ¿verán las señales de alerta quienes vienen pisando fuerte o tienen los ojos demasiado pegados a sus smartphones de última generación?