Otra noche de fútbol invade mi blog, que inicialmente era un espacio dedicado al baloncesto, y que con el paso del tiempo a lo largo de este año se ha convertido en un lugar de distintos temas.
Hoy era la noche del 23 de mayo, miércoles 23 de mayo de 2007, noche que podrá pasar a la historia de mi vida como aquella en la que más nervioso estuve por un insignificante partido de fútbol: la final de la Champions League. Es difícil expresarme en estos términos puesto que hasta ahora sólo lo había hecho refiriéndome al baloncesto, al Joventut y a la Selección de España, pero hoy... ha sido tan diferente, tan extraño, tan raro, que se me complica la cuestión.
¿Qué voy a decir?¿Que vibré durante los 90 minutos del partido? Mentiría, porque no fueron pocos los minutos que pasé aburrido (pero aburrido hasta el punto de pensar en lo largo que son los partidos de este deporte, o lo largos que se me hacen a mí...). Sin embargo, cuando marcó el Milan el inmerecido gol en la primera parte, no tuve más remedio que engancharme definitivamente a la cuestión; inmerecido porque todo el trabajo lo puso sobre la mesa el conjunto inglés, con las ocasiones, el juego, y la táctica, mientras que el Milan estuvo acechando su oportunidad hasta que le llegó tras una falta (discutible, a partir del criterio que el sr árbitro fue marcando conforme el partido transcurría) que se convirtió en gol. Ya en la segunda parte mi vida fue un ir y venir de la cocina al salón, comiendo un sandwich mientras tanto, pendiente del televisor, viendo cómo el Spanish Liverpool no marcaba el esperado gol. La Justicia que muchos ansiábamos a raíz del juego inglés, fue dando paso a una llamada urgente a la Épica cuando, a falta de 10 minutos para el final, el Milan remató la faena sellando, aunque fuera parcialmente, todas nuestras esperanzas con el segundo gol. Finalmente, la Épica dio paso a lo Imposible cuando el Liverpool marcó el gol que ponía el -de nuevo- esperanzador 2-1 en el marcador a falta de escasos minutos para el final del encuentro. Y ahí, ahí, porque fue ahí y no en otro momento, apareció el señor de negro. No, ni la Muerte, ni Men In Black, me refiero claro está al señor árbitro que decidió dar tres ridículos minutos de tiempo de descuento, después de haber tenido que tragarnos toda una vergonzosa exhibición teatral por parte del conjunto italiano que bien podría pasar al recuerdo como un libro de "Lecciones de Pérdida de Tiempo". Pasaron así los minutos, y no contento con su "generosa" prolongación del encuentro, el árbitro decidió poner punto y final cuando aún restaban escasos segundos para el final que él había establecido; escasos, sí, pero en todo caso reglamentarios e incomprensiblemente incumplidos.
No sé nombres (sólo los de los españoles que forman en las filas del Liverpool). No me gusta el fútbol. Pero esta noche me emocioné. Con el deporte que tantas veces he criticado, y que sin duda tantas veces criticaré, sencillamente, me emocioné, compartiendo la rabia de los seguidores del Liverpool después de un partido que no se presentaba tan mal... Y así, de esta forma, me convertí en seguidor, aunque no aférrimo, del mítico equipo de la ciudad de Liverpool.