Ganó Federer el abierto de Australia (y van... tres veces consecutivas), primer grand slam de la temporada, ante la revolución del torneo, el chileno Fernando González. El resultado final fue de 7-6, 6-4, y 6-4 a favor del suizo. Lo mejor del partido: la exhibición de golpes que realizó Federer, mostrando recursos para absolutamente todas las situaciones en las que se vio envuelto a lo largo del encuentro; a modo de ejemplo, tras un profundo revés del chileno Federer corrió en busca de la bola, se detuvo para esperar el bote y cuando vio que entró tuvo tiempo de colocarse y responder para continuar el juego.
Creo, y estoy seguro de ello, que por encima de todo lo más importante de un deporte y lo que más puede atraer a la gente es, por un lado, que justo el momento en que se sienten a verlo vean un espectáculo atractivo, y por otro, que vean que quien practica el deporte en cuestión, sea cual sea, se comporta con digna rivalidad e impecable deportividad en todo momento. Esto es, el que hoy decidiera sentarse a ver la final masculina del Open de Australia habrá visto un espectáculo en el que Federer ha demostrado que juega al tenis como los ángeles y como nadie, nadie más puede hacerlo ahora mismo en todo el mundo; y habrá visto, también, la entrega del chileno que hasta el final, hasta el último momento y la última bola, lo dio todo para hacer frente a la calidad, potencia y versatilidad del número uno; y además, el espectador que me ocupa habrá sentido que los dos interfectos que han estado más de dos horas dando raquetazos han mostrado un comportamiento inmejorable: aquello que era dudoso se aclaró al ser revisado y el juego continuaba.
Hacía tiempo que no me sentaba a ver un partido de tenis entero, ni siquiera los de Nadal de este torneo los he seguido. Y creo que realmente ha merecido la pena.