- Háblame del juramento.
“No es fácil escribir las cosas desde el corazón, Maite. No es fácil escribirlas bien, quiero decir. El corazón late, y de cada latido salen cientos de ideas que se arremolinan en nuestra mente sin ningún orden. Esas ideas son las que sentimos más dentro de nosotros mismos, las más sinceras, las más auténticas, las más puras… y las más difíciles de transmitir.
Algo cambió aquella mañana.
El mensaje de móvil del servicio de noticias que le llegó a Paula nos hizo enterarnos a todos en un primer momento del horror.
“Una bomba de ETA en Atocha. Varios muertos y heridos”
Después teníamos recreo, y las noticias se sucedían a cada cual más trágica. Caras de preocupación, porque de repente la atmósfera de aquella mañana había adquirido un tono dramático. A continuación fuimos a la sala de ordenadores a mirar las informaciones que salían en los periódicos.
No era un coche bomba. No era un atentado más. Sí, todos son igual de tristes, igual de crueles, igual de injustos. Pero esto no era un atentado. Era una pesadilla. Infame. Cruel. Injusta. Terrible.
Ese 11 de marzo ya nada tenía sentido. Sólo valía la pena volver a casa y comprobar que ninguno de mis familiares hubiera sufrido nada. Era absurdo, tal vez, tener miedo de que a alguien de los míos le hubiese ocurrido algo; sin embargo un par de personas que conocía estuvieron a punto de perder a un familiar ese día… así que supongo que teniendo familia en Madrid no sería tan loco volver a casa y alegrarse de que hubiera habido suerte.
Recordar el 11M es revivir la sensación de preguntarse “¿por qué?” a cada segundo. Es la sensación de haber despertado de un largo letargo para darse cuenta de que lo que se vive es peor que el sueño. Es sentir que la pesadilla no es un sueño, es la vida real. Es recordar el día en el que comprendí que el mundo es injusto, pero sigue girando.
Cuando echo la vista atrás, Maite, creo que respecto a los atentados del 11M he dicho muchas cosas, y de ninguna me arrepiento. Al día siguiente, viernes, me desperté como siempre durante aquel curso de primero de bachillerato. Rutina, ducha, desayuno, y a clase. Había alguna bandera de España aderezada con crespones negros en algunas ventanas. Los periódicos reflejaban el horror y mostraban condolencias por las víctimas. No sé cuántos muertos se contaban ya en aquellas horas inmediatamente posteriores a los atentados. Muchos estaban graves y condenados a morir.
Personas que el día anterior se habían levantado para ir a trabajar.
Gente condenada a morir por culpa de unos asesinos.
Recuerdo el pin… recuerdo hasta la ropa que llevé aquel viernes. Una sudadera chulísima, color verde clarito, y vaqueros, unos vaqueros oscuros chulísimos también, y los playeros John Smith que tanto me duraron. Recordar eso… Recuerdo leer un emocionantísimo artículo en basketconfidencial; hasta las canastas lloraron aquellos atentados.
Recuerdo el pin, como te decía antes. Aquel día salí de casa por primera vez con el pin de la bandera de España que había comprado en el viaje de estudios; un pin al que le puse un crespón negro que hice cortando un pequeño trozo de papel coloreado con un rotulador.
Alguno me llamó facha.
192 personas muertas en nuestro país y aún quedaron ganas de darle cuerda a la manivela del “llevas-una-bandera-de-España-y-por-eso-eres-un-facha”. “Esto es España”, pensarán algunos. Maite, aquello fue una locura. Una auténtica locura.
Llegué a casa por la tarde, había que estudiar para un examen el lunes. No, no fui a las manifestaciones. Iba a estar el fin de semana fuera porque teníamos la etapa del Camino de Santiago Salas-Tineo-Pola de Allande, así que había que estudiar esa tarde de viernes. Llovía… Era un examen de economía, tenía los apuntes delante de mí mientras la tele estaba encendida. Aún recuerdo aquellos esquemas, aún recuerdo tratar de prestarles atención mientras en la tele se veían los trenes reventados tras las explosiones. Ventanas y cristales rotos, asientos vacíos. La policía, los bomberos y los médicos haciendo lo que podían.
Y entonces me levanté, cogí un disco de la estantería y seleccioné una canción.
Y mientras intentaba gritar Born in the USA con Bruce Springsteen, trataba de escapar del dolor que sentía por dentro. Por aquel entonces aún no había traducido la letra de esa canción, pero yo sabía que semejante grito tenía que ayudar. Y delante del televisor, me eché a llorar…
Llorar es lo único que se puede hacer cuando ya no se puede hacer nada.
Y mientras lloraba, me preguntaba cómo era posible sentir tanto dolor, cómo era posible semejante barbaridad, cómo era posible que me hubieran llamado fascista aquella misma mañana, cómo eran posibles aquellas cifras de muertos y heridos. Me preguntaba tantas cosas que con cada lágrima que derramé aquella tarde firmé conmigo mismo un juramento ineludible.
Me juré no olvidar jamás lo ocurrido. Me juré recordar cada instante, cada detalle, por pequeño que fuera. Me juré guardar para siempre el recuerdo de la angustia que sentí en aquellos horrorosos días. Me juré que no permitiría que me manipularan como trataron de hacerlo.
“A mí me da igual, a mí sólo me importa que ya no gobierna la derecha”
Traté de hacerme consciente de las 192 vidas humanas que se nos fueron esa mañana. Empaticé con el dolor hasta donde nunca pensé que podría llegar a empatizar.
Y no fui yo quien hizo ese pacto. Fueron las lágrimas rodando por la piel de mi cara las que me hicieron jurar todas esas cosas. Fueron esas lágrimas las que me empujaron a escribir en los días siguientes cosas como “Quien lo haya hecho no merece vivir en paz, quien sea, de ETA o de Al-Qaeda”.
Hoy vuelve a ser jueves, 11 de marzo.
Hoy no todos hemos ido a trabajar. Hay 192 personas que siguen sin saber quién puso fin a su vida indiscriminada e injustamente.
Vuelve a ser 11 de marzo, Maite.
Seis años después… el juramento permanece imborrable en mi memoria.”