Decía el sacerdote en su homilía del domingo que los hombres no deben juzgarse entre sí, porque es Dios quien, al final, nos juzgará. Sin embargo, añadía, los actos que realizamos no tienen por qué permanecer ajenos a nuestros juicios, esto es, y citando aunque no textualmente el ejemplo que puso: cuando le damos un azote a un niño no lo hacemos (o en tal caso, no lo deberíamos hacer) por castigarle por ser tal, sino para educar y hacerle entender que lo que ha hecho está mal, de la misma forma que le damos un premio cuando lo que ha hecho lo merece. Por eso, los juicios a los criminales sí caben dentro de la concepción cristiana del mundo, y además, también entran dentro de la concepción moral del mundo; especialmente llamativo me resultó oírle decir “sus actos pueden ser juzgados, pero aun así, estando en la cárcel pagando por lo que han hecho, merecen ser tratados como personas” frase con la que estoy totalmente de acuerdo.
Dicha ya la introducción, resaltaré además que el día 11 de marzo de hace casi tres años sentí una sensación que jamás hasta ese momento había experimentado. Era una mezcla entre el miedo, el asombro, la incredulidad ante la imagen de los trenes, y el deseo, el profundo y sincero deseo, de que los que habían hecho semejante barbaridad pagaran por lo que habían hecho. Luego a esos sentimientos se sumó el asco que me dieron aquellos que osaron situar a la banda terrorista ETA en un plano de inocencia que, aun en el supuesto de no ser responsable de estos atentados, NO SE MERECE bajo ningún concepto. Por todo ello pasaban por mi cabeza ideas, muchas ideas y pensamientos, reflexiones que plasmé en folios que aún guardo y de los que recordaré una frase: “[...] No puede haber excusa. Quien lo haya hecho no merece vivir en paz, sea de ETA o de cualquier otra banda [...]”
Así llegamos a los días que ocupan mi artículo, durante los cuales arranca el Juicio por los atentados del 11-M. ¿Qué es lo que deseo? ¿Qué espero de estos juicios? ¿Qué es lo que me empuja a estar lo más informado posible? Deseo la verdad sobre los susodichos atentados, una verdad que desde aquel día por uno u otro motivo se nos negó a unos ciudadanos españoles que, como víctimas potenciales, nos merecemos. Espero que se encuentre a los culpables, pero a los de verdad, no a unos que pasaban por casualidad delante de la policía; espero que quien lo haya hecho, me da igual que se descubra mañana que dentro de cuatro años, pague justamente por sus actos; espero que ese pago no admita ni tolere ni consienta rebaja alguna de penas, y además, espero que no contemple la posibilidad de reconocer “buena conducta” en los condenados. Me empuja a leer, escuchar y ver información el hecho que ya nombré arriba de que como ciudadano español se me privó de la verdad sobre un “acontecimiento” desolador, hacia el que un sector del país muestra vergonzosa indiferencia y sobre el cual mucha gente ha frivolizado en exceso; se me privó de la verdad, a mí y al resto de ciudadanos, porque el sumario que redactaron sobre los atentados es, como se ha demostrado recientemente, contradictorio en sus ideas, abstracto en puntos clave (¿qué tipo de explosivo se utilizó? La pregunta del millón), y por lo tanto, carente de información imprescindible para ser mínimamente creíble.
Ese sentimiento de esperar que quien lo haya hecho pague por sus actos choca quizá con mis creencias. Es cierto y no lo niego, porque en mi interior genera bastantes conflictos, puesto que el perdón es básico en la convivencia humana y la venganza no es buena amiga. Sin embargo, y sin ánimo de justificarme, creo que hay maneras y maneras de reivindicar lo que queremos, y si hay alguien que reivindica a base de hacer saltar por los aires coches, trenes, aviones (valga la redundancia) o edificios, llevándose por delante vidas humanas, no podemos, desde mi punto de vista, dejar que los responsables campen a sus anchas por este planeta como si nada hubiera pasado.
Creo que en su momento hubo demasiada facilidad para condenar la guerra de Iraq (hecho absolutamente despreciable, a pesar de la contradicción que genera el hecho de condenar esta guerra sí y otras no) y, por el contrario, existen ciertas reticencias hacia la condena de los actos terroristas. ¿Por qué?