Una de las principales diferencias que noto este año frente a los anteriores (y que espero mantener, o por lo menos confío en que no desaparezca del todo) es la cantidad de conversaciones que estoy teniendo en las clases a las que voy.
La parte mala es que al no ser en mi idioma no puedo expresar todo lo que se me viene en cada momento; la parte buena es que las charlas favorecen la fluidez en el habla y el aprendizaje de determinadas expresiones. Y lo mejor de todo es el dinamismo que alcanza una clase donde participan todos.
Al hilo de esto, en los últimos días uno de mis profesores decía que los españoles son percibidos en el extranjero como personas a quienes nos gusta mucho hablar pero no tanto actuar.
Tal vez sea cierto, tal vez no; tal vez estemos de acuerdo, tal vez no. En cualquier caso su pensamiento me traía a la mente la idea de que si a nuestra generación la dan por perdida, tal vez haya llegado el momento de buscar nuestra propia identidad y nuestro propio camino.
Alguna solución habrá, ¿no?
Entre tanto editorial y tanta columna recalcando lo echada a perder que está una generación tan bien preparada (algo discutible lo de “tan bien preparada”, pero en cualquier caso es una idea mayoritariamente aceptada) se echa de menos alguien que anime a esa misma generación a reencontrarse y construirse su futuro.
Nadie puede creer más en una persona que ella misma. Nadie.
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