11 de septiembre de 2014

En el ocaso de media vida

Un triple a un minuto y escasos segundos del final ponía el 60-52 en el marcador del Palacio de los Deportes. Y entonces todo se revolvió y se volvió turbo como en una horrible pesadilla.

“Desde las ruinas del palacio que se ha derrumbado, hombre y mujeres observan, cómo las llamas se elevan hacia el cielo. Cuando estas brillan con la más intensa claridad, se ve en el cielo el Wahalla, donde dioses y héroes, reunidos, están sentados según la narración de Waltraute en el primer acto. Las llamas van lamiendo paulatinamente la sala de los dioses.
Cuando estos están cubiertos totalmente por el fuego, cae el telón”
Richard Wagner. Epílogo de “El Ocaso de los Dioses”

Cuando uno tiene la costumbre de sentarse y escribir los embrollos mentales particulares de lo que acaece en su vida personal, se mezcla lo que uno quiere contar con las dudas de si interesa, si se puede contar, si va a tener sentido, y sobre todo, calidad. Bien, cuando uno se sienta a escribir sobre lo ocurrido en un acontecimiento deportivo, a la original mezcla  de sensaciones anterior se añade una más: pero qué coño de importancia le doy yo a un deporte.

España jugaba el Mundial en casa, frente a su público, en el que debería haber sido el canto del cisne de nuestra mejor generación de baloncesto. Había jugadores, había forma y había nivel suficiente para que ese canto pudiera escucharse. Tuvieron lugar muchas sensaciones positivas en los primeros partidos, seguidas de reacciones más bien extrañas con el devenir de los enfrentamientos.

Y hoy, después de tener la primera ventaja a poco de empezar el tercer cuarto con 39-40, pues en el horizonte empezaba a vislumbrarse una realidad: Francia estaba jugando su partido y España no estaba siendo capaz de afrontarlo. “A pocos puntos somos muy vulnerables” le dije el otro día a mi novia. Y cataplás. 52 puntos en 40 minutos de juego.

El descalabro es tan grande como el éxito del equipo francés. No es fácil encontrar calificativos para una noche negra para el baloncesto español como la de hoy.

La importancia de un deporte no es tanto si se gana o si se pierde sino los recuerdos que se guardan en la memoria, la vida que se construye alrededor y las imágenes que pasan a formar parte de nuestro bagaje vital. Un bagaje del que poder tirar cuando en el horizonte de la rutina el color es demasiado gris.

¿Saben? Esta noche no puedo seguir las explicaciones técnicas que me he puesto por la radio. Esta noche pienso que nuestra mejor generación se ha ido de la peor manera posible, teniendo nivel para hacerlo muchísimo mejor; por eso les invito a que hagan un ejercicio de traslación espacio-temporal. No habrá otro Mundial Junior 1999 en el que ganemos a Estados Unidos; no habrá otra plata que sepa tan bien como la de Suecia 2003; no habrá otro momento tan inolvidable como los últimos días de agosto de 2006, que dieron paso al delirio en septiembre cuando nos llevamos el Oro Mundial; no habrá otra ocasión perdida como Madrid 2007; ya veremos cuánto tardamos en volver a vivir lo sucedido la mañana del 24 de agosto de 2008 en la final de las Olimpiadas de Pekin; en 2009 nos llevamos el Oro Europeo, que repetimos con lo que hoy parece facilidad en 2011; y probablemente nunca seamos capaces de volver a tutear a una de las mejores selecciones de Estados Unidos como lo hicimos en 2012.

Ahora piensen dónde estaban y lo que hacían en cada uno de esos instantes. En lo lejos que empiezan a quedar, y en la trayectoria vital que se ha trazado entre cada momento. Hoy, en el Palacio de los Deportes, vimos a la mejor y probablemente más irrepetible generación de baloncestistas de la historia de nuestro deporte entre las llamas, en un Palacio ya en ruinas; les vimos subir y situarse allí arriba donde los héroes de antaño permanecen en la memoria colectiva. Allí en la Leyenda permanecen, y con ellos, todo lo bonito que hemos vivido y que nos han hecho vivir.

 

No es el final de un capítulo. Este, caballeros, es el final del libro. Las tres letras que más miedo daban, apareciendo “cuando los dioses están cubiertos totalmente por el fuego. Cae el telón

Dedicado a la Generación de Oro del Baloncesto Español, y todos los que la hicieron posible.

8 de septiembre de 2014

… y el cambio de ciclo sucedió en Estados Unidos

Diez largos años de dominio Federer – Nadal – Djokovic

El palmarés del Grand Slam de Estados Unidos muestra que durante diez ediciones tres nombres han aparecido siempre en el puesto de campeón o subcampeón: Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. Dominio incontestable de Federer, con cinco victorias consecutivas, al que Nadal persigue con dos, y al que Djokovic sigue con una victoria compartiendo ese honor con Juan Martín del Potro y Andy Murray.

En el palmarés del All England Club hasta doce ediciones han tenido como protagonista a uno de ellos, con siete victorias no consecutivas de Federer, dos de Nadal, dos de Djokovic y una de Murray.

El palmarés de Roland Garros muestra el absoluto dominio de Nadal, con nueve victorias aunque no consecutivas (dos series, de cuatro y cinco respectivamente), y una victoria de Federer.

Remontando la vista al primer Grand Slam del año, en Australia tenemos una serie de nueve ediciones en las que el finalista o campeón ha sido Federer, Nadal o Djokovic, con la excepción de 2005 en la que la final la disputaron Lleyton Hewitt y Marat Safin, ambos ya retirados, aunque el año anterior, en la edición de 2004, ya apareció Roger Federer erigiéndose campeón por primera vez.

Savia nueva en el tenis mundial

La visión global del palmarés de las últimas diez ediciones de los cuatro principales torneos del circuito mundial de tenis no deja ningún lugar a dudas: durante diez años, cuatro veces al año, tres jugadores se han repartido los principales galones del tenis mundial. En otras palabras, han sido casi cuarenta ediciones en las que el subcampeón o el campeón han sido los mismos, con honrosas aunque muy escasas excepciones.

Parecía que el anuncio de Nadal de no disputar la edición del US Open del 2014 dejaba vía libre a Djokovic para afianzar su número uno Mundial. Sin embargo, las dudas del serbio durante la gira americana no eran una mera casualidad, y Nishikori ha sabido materializar su talento con una merecidísima clasificación para la final; por su parte, Roger Federer parecía volver a brillar con luz propia y su meritoria victoria a cinco sets frente a Monfils para clasificarse a la semifinal parecía abrirle una nueva oportunidad de pasar a la final; oportunidad que Martin Cilic arruinó con una incontestable victoria en tres sets.

Vía libre para Kei Nishikori y Martin Cilic, dos finalistas inéditos en Estados Unidos que llegan guiados por dos entrenadores de gran talento y trayectorias confirmadas (Michael Chang y Goran Ivanisevic, respectivamente). Lo mejor es que la dinastía llega a su fin, a pesar de que aún continúen apareciendo paulatinamente en futuras ediciones. Lo “peor” que puede pasar es que nos podemos divertir mucho si, por fin, la nueva generación comienza a explotar su talento; queda por ver si es tan sólo una aparición efímera o bien el comienzo de una nueva era de dominio.

Aires nuevos en el tenis mundial. Y esta noche tendrá lugar el primer capítulo de esta nueva historia que empezó en el US Open 2014.