23 de octubre de 2013

Una partida que hay que ganar

Hoy he trabajado nueve horas y media, con pausa para un café. He completado ocho páginas de anotaciones de pago de habitación, con hasta cinco tipos distintos de tarjeta de crédito. He registrado cien salidas y he completado unas quince llegadas. He terminado un día en el que he hecho lo que tenía que hacer. Y dedico ese esfuerzo a todos aquellos que tenían capacidad para hacer lo que tenían que hacer, y escogieron no hacerlo.

¿Saben una cosa? Empecé el día a las cinco y media de la mañana preparándome un copioso desayuno que me permitiese hacer frente a los más que posibles imprevistos. Y mientras tomaba una buena taza de café con leche escuchaba la canción de Revolver “Lluvia violenta y salvaje”. Después de haberme levantado con la mente puesta en el trabajo, volvía así a enfrentarme a la realidad de la decisión tomada por Estrasburgo el lunes, y cumplida en menos de veinticuatro horas por nuestra Audiencia Nacional.

Revolver–Lluvia violenta y salvaje. “Aquel día amenazaba tormenta…”

Hubo una mañana en la que Inés del Río tuvo la oportunidad de escoger entre dos opciones: poner una bomba o no ponerla. Escogió la primera.

Mientras terminaba mi taza de café, pensé que a este animal se le ha dado la oportunidad de volver a disfrutar de una taza de café, libre, como tú, como yo. Como si la decisión que Inés tomó aquella mañana hubiera sido entre ponerse una camiseta verde o azul. Hoy me he levantado en un mundo donde la democracia, mi democracia, le ha dado la libertad a una terrorista.

Al hilo de esto, el otro día tuve la ocasión de discutir con un amigo sobre la decisión tomada por Estrasburgo. En aquel momento la Audiencia Nacional aún no se había pronunciado, aunque como ya todos sabemos no tardó en actuar. La reflexión traída a colación se basaba en la ilegalidad de la Doctrina Parot, de la que tanto se ha vuelto a hablar estos días. Él me decía que el Estado no debe ponerse al nivel de los terroristas, que la ley debería ser modificada y aplicada de acuerdo a los principios del derecho y que promulgar una ley aplicable excepcionalmente de forma retroactiva podría dar lugar a situaciones muy peligrosas.

Desde antes de ayer he pensado mucho en los razonamientos arriba expuestos, y cuantas más vueltas le doy al asunto, más clara veo mi postura al respecto.

Creo que un Estado se pone al nivel de los terroristas cuando emplea sus mismos métodos y sus mismas tácticas, buscando no su captura y castigo sino su liquidación. En España lo tuvimos en forma de GAL y ya sabemos cómo terminó. Creo que un Estado que promulga una ley para combatir el terrorismo y para ello permite que se aplique excepcionalmente de forma retroactiva no es fuente de situaciones peligrosas siempre y cuando las acusaciones de terrorismo estén fundadas; es más bien una forma concreta de combatir un problema específico. Algo que en una democracia donde existen tres poderes diferenciados se puede lograr.

Yo creo que una condena por asesinato no es tan cuestionable ni tan abstracta como una acusación de enaltecimiento de terrorismo; volviendo al caso que nos ocupa, Inés del Río es abiertamente culpable de todos los cargos, no ha mostrado absoluto arrepentimiento, y sin embargo esta noche se puede ir de tapas con su familia. Algo no funciona bien cuando esto ocurre. Algo no funciona bien cuando las únicas revisiones que la Justicia permite para una pena semejante (poner una bomba en una plaza en pleno centro de Madrid) son única y exclusivamente a la baja.

Me sorprende, además, la velocidad con la que Inés del Río salió de la cárcel. Al respetable debería sorprenderle la rapidez con la que todo ha sucedido, y la lentitud con la que se lleva a cabo cualquier otro trámite que tiene que ver con la Administración. ¡Tan solo veinticuatro horas! Como para no pensar que esto no estaba, de alguna manera, urdido (si no atado y bien atado por alguna de nuestras altas instancias, habida cuenta del silencio que el Gobierno de Rajoy se trae desde el lunes)

Mientras la dignidad de las víctimas del terrorismo etarra yace pisoteada en algún pestilente rincón de las cloacas, la lluvia cae sobre el Mediterráneo en Niza. Y pienso que no es justo que la supuesta recta final de ETA traiga “alegría” para los partidos del entorno abertzale. Esta es una partida que nuestra democracia, que España, tiene que ganar. No puede, no debería haber tablas. Y sin embargo, la lluvia que cae esta tarde anuncia tablas en una partida de ajedrez donde el Rey está en jaque más que figuradamente (¿ha habido alguna palabra de solidaridad por parte de nuestro Presidente para con las víctimas? ¿Ha habido algún gesto hacia ellas del Jefe de Estado? Ni están, lamentablemente, ni se les espera)

La lluvia, como el tiempo, quizás logre borrar algunas huellas de lo sucedido. Pero algún día el sol volverá a salir, y tal vez recordemos todo el dolor causado. Y tal vez,  descubramos que esa lluvia no logró borrar la sangre derramada por tantos inocentes; quizás, ese día, nos demos cuenta de que la Justicia no hubiera debido estar tan ciega y que no deberíamos tener a nuestro lado, tomando una taza de café, a quien jugó a destruir la democracia porque sabía que, de todas maneras, la democracia le iba a proteger como a un hijo más.

Yo no necesito esperar a que salga el sol. Yo creo, hoy, que esta partida hay que ganarla.

Antonin Dvorak - Requiem

21 de octubre de 2013

Al amparo de los asesinos

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“Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados”
Mateo 5, 1-12

Recuerdo que estaba en la recepción, en uno de esos intervalos de tranquilidad en los que el ratón del ordenador se escapa de Opera y abre las páginas de los periódicos. Y me encontré el titular bien grande, ese que decía que Estrasburgo había fallado a favor de la terrorista Inés del Río, afirmando que ésta habría sido víctima de una detención “no regular”.

“No regular”. Como si Inés del Río hubiera sido una persona “regular”, que lo único que ha hecho en su vida es levantarse para ir a trabajar.La noticia me causa esa especie de angustia que se produce en la garganta cuando uno no se siente del todo seguro en el entorno donde está.

¿Saben los jueces de Estrasburgo lo que han fallado? Lo dudo.

¿Saben los expertos en leyes a favor de quién han fallado? Lo dudo.

¿Saben los jueces de Estrasburgo que con su decisión dejan libre a una persona que considera lícitos la extorsión, el secuestro y los asesinatos? Lo dudo.

¿Cómo puedo respetar la labor de quien falla algo –cualquier cosa, por nimia que sea- a favor de un asesino que un día decide que su ideal político merece ser defendido con una pistola en una mano y la sangre de mis iguales en la otra? De ninguna manera.

¿Cómo se puede hablar de justicia para explicar la decisión de hacer pagar a España, además, una multa económica que restituya el coste del proceso a Inés del Río? ¿Con cuánto dinero se restituye la vida de los 12 Guardias Civiles que murieron en la Plaza de la República Dominicana, en Madrid, el 14 de Julio de 1986? ¿Con cuánto dinero se restituye la vida de las otras 861 personas asesinadas por ETA? ¿Con cuánto dinero se arregla el daño moral causado a las víctimas de lo que en su día se tuvo a bien llamar “errores de cálculo”?

¿Saben qué, señores jueces de Estrasburgo? Yo no quiero que un sistema justo deje en la calle a un asesino. Yo quiero que un sistema justo permita vivir en paz a quienes respetan las leyes y juzgue –sin piedad- a quienes se la saltan. ¿Y saben por qué no quiero piedad? Porque no hay piedad cuando nosotros no respetamos el horario de cierre de los bares. Ni cuando nos saltamos el límite de velocidad. Ni cuando no pagamos los impuestos. Los que cumplimos la ley somos los únicos que merecemos el amparo de nuestro Estado de Derecho. El resto está fuera de él desde el momento en el que cogen una pistola y cargan contra la vida de otro ciudadano.

Y sin embargo, así se ha mostrado Estrasburgo. Al amparo de los asesinos.

20 de octubre de 2013

Si tiemblas, fallas.

Cae la noche en Niza.

Es de esas tardes en las que la temperatura ha cambiado de repente y lo que ha sido un bochornoso día de otoño se ha convertido en una fría y húmeda noche de Octubre. Como el viento que cambia de repente y lo que estaba siendo una travesía agradable se convierte en la peor de las tormentas. O quizá, no sea para tanto. Es momento de reposar un poco la cabeza, en este domingo que cierra una semana mentalmente agotadora.

Me he acordado de cuando mi padre me enseñó a jugar al tenis, había dos frases que repetía constantemente: “Mira bien la pelota” (pon atención en lo que haces) y “Coge fuerte la raqueta” (confía en tí mismo). Cuando jugamos al tenis, tan pronto un golpe sale a la perfección, como al siguiente raquetazo hacemos “n’importe quoi” y la pelota termina allá por el Quinto Pino. El caso es que hoy me he acordado de la frase de “Coger fuerte la raqueta”.

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Al practicar un deporte hay una serie de ejercicios que se repiten, como al dedicarse a cualquier disciplina. Primero se aprende lo que hay que hacer por partes, luego se tiene una visión de conjunto, y después se comienzan a emplear los conceptos aprendidos. El tenis es así: consiste en “mirar bien la pelota” y repetir, repetir, repetir los movimientos hasta la saciedad. Hasta que se coge la mecánica y luego pueden empezar a ejecutarse los golpes con más o menos solvencia. Como todo lo que nos han enseñado en la vida para el día a día…

La pelota del adversario se acerca, comienzo a desplazarme y algo se desata en mi interior; el reflejo de buscar el bote y desplazarme automáticamente unos metros por detrás de ese punto; buscar el mejor momento para golpear la pelota, analizando la velocidad, la altura, si hay viento, todo en apenas unas décimas de segundo. Y todo ello no sólo en el tenis sino también en el día a día, buscando la mejor manera de hacer las cosas, anticiparme, resolver problemas. En el momento de golpear la pelota debo estar seguro de que sé hacerlo lo suficientemente bien para coger la raqueta lo bastante fuerte como para golpearla bien.

Pero a veces, muchas veces, fallo. Supongo que es normal. Y no es un fallo de ejecución, no. Es un fallo por “no coger fuerte la raqueta”. Por no creer en lo que hago lo suficiente como para que su ejecución sea tan perfecta como mi entrenamiento es capaz de lograr. Hay ocasiones en que veo la pelota venir, comienza el proceso de análisis y en el momento más importante la muñeca se vuelve blanda. En el momento en el que más seguro he de estar, mi mano no está segura de que vaya a funcionar. Y la pelota cae en ninguna parte…

Se acerca una pelota de esas que exige concentración y relajación suficiente para acordarme de coger fuerte la raqueta en el momento más importante. ¿Seré capaz?

12 de octubre de 2013

Un día tal que el 12 de Octubre

Ayer estuve actualizando el libro de consignas de la recepción, añadiendo los días del calendario que faltaban (es lo que tiene trabajar con un cuaderno normal en vez de con una agenda). Y así me tocó añadir 10 de Octubre, 11 de Octubre, y 12 de Octubre… bajo el cual no pude resistirme a escribir “Día de la Hispanidad” (añadiendo una pequeña exclamación amistosa para que el respetable francés no me considere un invasor hostil…)

Hoy es día 12 de Octubre, el día del Desfile por Madrid, el Día de la Hispanidad, que algunos en su momento gustaron en llamar de otra forma bastante más rocambolesca. Es la tercera vez que paso este Día fuera de España, y no sé si al resto (que somos unos cuantos) de los que se encuentran más allá de la Península les resulta tan extraño como a mí.

Los patriotas y el mérito de quedarse

Deshilando la madeja de este pensamiento, encontré una reflexión que circula por mi cabeza desde que hace un año, nueve meses y once días un Iberia se posó de nuevo en el aeropuerto Nice Côte d’Azur. Muchas veces, en el trabajo, tomando algo… .me preguntan si estoy aquí en Francia por la crisis. En ese momento respondo con normalidad que yo no me vine aquí por la crisis. Que yo elegí la profesión que me gustaba y que estoy aquí para descubrir y tener la oportunidad de trabajar en el extranjero. Y ese matiz me parece importante porque, aunque sí es cierto que si la situación no fuera tan grave me estaría planteando volver más seriamente… Eso, en realidad, no lo sé. El contexto es el que es y evaluar un escenario en el que todas las variables serían distintas es un análisis que no tengo ganas de hacer.

En cambio, hay otros que se van o que se han ido porque no les ha quedado más remedio. Porque han visto que todas las puertas estaban cerradas. Hay otros españoles a los que España les ha dicho que no había sitio para ellos. Ese caso es distinto... y es muy triste.

Y por último, sé (y ustedes también lo saben igual que yo) que hay quienes están tratando de quedarse por encima de todo y contra todos. Sean cuales sean los intereses que les muevan para quedarse, hay unas cuantas personas que no desean marcharse y que así lo muestran. Y eso, en mi opinión, tiene un enorme mérito.

Creo que esos, los que se quedan, son bastante más patriotas que los que hemos decidido probar la “droga” de vivir en el extranjero… bastante más patriotas que los que decidimos abandonar el barco y a quienes se quedaron a las duras y a las maduras. Tal vez no estén absolutamente de acuerdo en que los que se quedan son más patriotas que los que se van, pero reconózcanme al menos que tienen más mérito.

El patriotismo y los franceses

Me toca ir terminando la reflexión de hoy. He visto en las noticias que se ha llamado nazis a los políticos que han manifestado su voluntad de participar en las concentraciones que buscan defender, precisamente, el hecho de ser español, contra quienes… ya saben. A veces, desde la distancia, abro el periódico y pienso “qué bien que todo sigue igual que estaba hace casi dos años”. Los mismos tipos de insultos, las mismas discusiones inútiles de siempre.

Hay una cosa que admiro del país en el que estoy: con sus clichés de frialdad y pretenciosidad, valoro mucho la capacidad que tienen para considerar que las cosas importantes, ya saben, las materias de Estado, hay que resolverlas “juntos”. Es hora para Francia de pensar medidas que ayuden a esquivar definitivamente el bache por el que su economía está pasando de un tiempo a esta parte. En este momento, Francia no se plantea su modelo territorial, ni su modelo educativo, ni su modelo de transportes… por citar tres un poco a la carrera y sin pensar demasiado. Tomarán decisiones fiscales más o menos acertadas, elaborarán planes que tendrán más o menos éxito… pero lo harán juntos y cuando todo pase podrán decir que, a pesar de todo, lo intentaron.

Hoy, en este 12 de Octubre, me pregunto ¿en qué punto estamos nosotros al respecto? No me vengan con la excusa de la madurez de la democracia francesa:  no es más maduro quien puede sino quien quiere, y a veces no es una simple cuestión de edad.

“Cuando estoy en tierra extraña y contemplo tus colores…”

Tres años después de vivir mi primer 12 de Octubre de 2013, ocupo el estatus de Expatriado. Mis impuestos, producto de mi trabajo, se quedan en Francia. Y mientras cae la noche en Niza, me pregunto si algún día todos los que se han ido sin querer marcharse podrán volver…

7 de octubre de 2013

Reescribiendo sobre baloncesto… o sobre otras cosas. De Suecia 2003 a Eslovenia 2013.

Van Morrison–Dweller on the threshold. “Let me pierce the realm of glamour, so I know just what I am”

junior de oro

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Escribo estas líneas cuando ya han pasado algo más de dos semanas desde que terminara el último Eurobasket. Y lo hago reconociendo que, al contrario de lo que he hecho cuando se han celebrado otros torneos internacionales de baloncesto, he leído muy pocos artículos al respecto. Si tuviera que quedarme con uno, que sirviera además de introducción para la particular historia que contaré más abajo, elegiría el análisis que José Díaz Tenorio escribió en Tirando a Fallar: “del 4 al 15”.

Hasta aquí, los comentarios técnicos (y reconocerán que no me he alargado mucho) Al margen de la derrota de España en las semifinales contra Francia (*), el otro día reparé en una pequeña anécdota que, desarrollada, da lugar a todo lo que van a encontrar  a continuación.

Nuestra historia comienza una tarde de Septiembre, concretamente la del 14, en el año 2003. Entonces, estando nosotros a punto de empezar el Bachillerato, España venía de ganar la medalla de bronce en el Eurobasket de 2001 contra la Alemania de Nowitzki, y de quedar quinta tras vencer a Estados Unidos en el último partido del Mundobasket de 2002.

El rival de aquella tarde era Lituania, ¿recuerdan? Alineados, enfrente de los nuestros, estaban algunos de los jugadores lituanos que brillaron en el baloncesto europeo de principios de siglo: Sarunas Jasikevicius, un jovencísimo Arvydas Macijauskas, Ramunas Siskauskas, Donatas Slanina, Ksistof Lavrinovic… allí, en el salón de casa, nos sentamos a ver el partido, con la tensión propia de quien no sabe qué puede ocurrir en caso de ganar…

El partido se saldó por 93-84, y recuerdo muy pocos detalles del mismo. Sí me acuerdo con bastante claridad de la satisfacción generalizada que todo el mundo aficionado a este deporte tenía, tras la consecución de una importantísima medalla de plata, a pesar de la derrota. Era el segundo empujón de los Junior de Oro hacia el éxtasis por conseguir todo lo que vino después… un escalón más que forma parte imprescindible de la Historia de nuestro baloncesto.

Lietuva vs Ispanija, Final del Eurobasket de 2003

Mi hermano y yo vimos juntos aquel partido.

Dos años después nos encontramos el segundo capítulo de esta particular aventura. Nos trasladamos ahora a la tarde del 24 de Septiembre de 2005, a la última semana de un verano por otra parte largo y ya inolvidable por las circunstancias que aquellos que estén leyendo estas líneas y me conozcan personalmente recordarán. Faltaba tan sólo una semana para comenzar nuestro periplo universitario y me encontraba en Madrid con mi familia, en Sagredo, Casildo, el bar del barrio de mis abuelos de toda la vida. Y por la televisión, comenzaban a emitir la semifinal del Eurobasket 2005 que se disputaría entre España y Alemania.

Entonces, España venía de quedar séptima en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 tras su derrota contra Estados Unidos. Alemania presentaba en sus filas a Dirk Nowitzki, y además, que me suenen a bote pronto, Patrik Femerling y Robert Maras. Resultó un partido bonito de ver y muy disputado, al que se llegó a un final igualado. Revisando el partido recordé los pelos de punta que se nos pusieron a todos los presentes con el canastón de Navarro que colocaba el 72-73 a nuestro favor… y el silencio sepulcral que se produjo cuando Nowitzki convirtió la canasta del 74-73 con el que terminó el encuentro.

España vs Alemania. Semifinales del Eurobasket 2005

Mi hermano y yo vimos juntos aquel partido.

Antes de continuar, es necesario hacer una parada, aunque breve, para nombrar el punto de inflexión que se produjo en el deporte español tras la consecución del Mundial de Japón 2006. La canasta que siempre había entrado (o que siempre habíamos fallado), la de la última oportunidad y el último suspiro, la que lanzó Nocioni hacia las dos de la tarde de aquel caluroso viernes 1 de Septiembre de 2006… aquel balón se estrelló contra el muro de todo nuestro esfuerzo y la frustración baloncestística se tornó en éxtasis, en la locura de una victoria absoluta que no tardaría en llegar, dos días después, con la paliza que se llevó Grecia el 3 de Septiembre de 2006.

Poco importó mi suspenso en Microeconomía. La alegría desbordada aquellos días (y la posterior aprobación del examen en la siguiente convocatoria, bien entendu) fueron suficientes para lograr olvidar lo que no dejó de ser, con el paso de los años, una anécdota que le añade solera a este relato.

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El tercer episodio es la culminación del despropósito propagandístico que supuso el Eurobasket 2007, el que se celebró en casa. Mi memoria no tenía presente que antes hubiera habido una campaña semejante para vender la piel del oso sin ni siquiera haber salido a cazar. Pero todo eso forma parte del contexto y me desvío de la historia. La fecha que nos ocupa esta vez es el Domingo, 16 de Septiembre de 2007, cuando muchos de nosotros afrontábamos el tercer año de carrera.

Y de nuevo me hallaba yo en Madrid, por las circunstancias del momento. La capital del Reino, escenario de la final que se disputaría entre Rusia y España. Mi primo, mi hermano y yo (acompañados de Alvarito, a quien mando un fuerte abrazo desde estas sencillas líneas) a las pantallas gigantes puestas en Colón, para ver el partido como si estuviéramos presentes en el pabellón.

Recuerdo afrontar el visionado de aquella final con las vibraciones que guardábamos del espectáculo que se había vivido en el Saitama Super Arena el año anterior. Había dudas, incertidumbre, “ruido” (por la publicidad, la televisión, la prensa…) pero los “nuestros” eran muy “nuestros” como para que fuéramos a ver aquella final con la sensación de que se pudiera perder. El resultado lo recordamos todos, con la jugada en la que Holden corre y corre y corre y se le deja tirar, y mete una canasta que nos quita un oro que por momentos había parecido tan cerca… un último intento de Gasol no fue suficiente y la plata fue nuestra.

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Otra canasta en el último suspiro, otra derrota… y otro partido que mi hermano y yo vimos juntos.

El cuarto episodio tiene lugar la mañana del 24 de Agosto de 2008. El escenario esta vez se traslada a orillas del Mediterráneo, a la cafetería del Hotel El Cid. Debían ser las ocho de la mañana cuando dos hermanos descarados se pusieron a los mandos de aquel enorme televisor. Allí en ese momento no había nadie y por aquello de ser temprano pusimos bajita la tele, tras colocar nuestra bandera de España y de la Eñe. Enfrente Estados Unidos, y la sensación de que por alguna razón se les podía hacer frente.

Yo no recuerdo haber tenido más poder de convocatoria que en aquella ocasión. El ritmo del partido cogió tal intensidad que allí se fueron sumando amigos y conocidos, clientela que en otras circunstancias y dada la hora que era (en torno a las diez de la mañana) habría decidido que ir a tomar el sol a la playa era mucho más útil y satisfactorio. Cuando el partido se convirtió en un baile de triples y mates de unos y otros, en los últimos instantes del último cuarto de una final inolvidable, el bar estaba abarrotado de quienes permanecíamos tan emocionados como un tanto incrédulos.

Y pese a la alegría que por momentos parecía llevarnos en volandas hacia un resultado que habría inmortalizado para siempre al baloncesto español… los últimos minutos decantaron el partido a favor de los americanos. Aíto, con el mismo estilo analista de siempre, diría aquello de que había una distancia física que aún no se había salvado entre ellos y nosotros…

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Mi hermano y yo juntos… nos quedamos otra vez con una derrota en nuestros bolsillos y la mirada perdida frente al televisor.

Hagamos ahora un viaje en el tiempo que nos llevará a resumir en breves líneas nada menos que cinco años de nuestro baloncesto. La consecución, por fin, del Oro en el Eurobasket de 2009, con paliza frente a Serbia (85-62). El fracaso del Mundial de 2010, con sendas derrotas frente a Argentina por el sexto puesto y frente a Serbia en cuartos de final, que se tomó la revancha con un triple final de Teodosic. La repetición sin precedentes del Oro en el Eurobasket de 2011, con victoria frente a Francia. Y la reedición de la final Olímpica de 2008, esta vez con Londres como escenario para otro duelo de altura en los Juegos Olímpicos de 2012.

Nuestra historia llega a su último capítulo. Terminada la ola de Bachilleratos, Carrera, Máster en Marbella y una vez que estoy instalado en Niza para trabajar, me encuentro de nuevo en Madrid de fin de semana. Son las 18h de la tarde de un viernes, 20 de Septiembre de 2013, y contemplo el reloj mientras espero, con mis tíos y mi primo, a que mis padres lleguen a Madrid. A las 21 juega España contra Francia las semifinales del Eurobasket que se está disputando en Eslovenia y hemos quedado para verlo juntos mientras cenamos en El Capricho (no sé si es casualidad o no que en este momento suene en mi ordenador la composición de Korsakov “Capricho Español”… habida cuenta de lo que estoy escribiendo, ya no creo mucho en las casualidades, la verdad)

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Es un episodio que se ha vivido recientemente así que todos recordaremos con bastante detalle la grandísima primera parte y el posterior desinflamiento en la segunda. La llegada a la prórroga… los parroquianos de la taberna no parecieron, pese a todos los esfuerzos que hicimos nosotros, muy interesados en prestar atención al partido hasta los instantes finales (y con instantes finales me refiero a los últimos diez segundos, el todo o nada… otra vez, el eterno último suspiro) En la memoria quedará la llamada de atención de uno de los allí presentes que nos insinuó que no hacía falta “gritar tanto”; y los dos personajes que vieron en nosotros el cielo abierto para poder animar tranquilamente a los nuestros (porque ya se sabe que en España si no se pega patadas a un balón no es deporte y no se tiene derecho de gritar)

No olvido ese último y horrible balón que se le dio a Marc Gasol. Ni esa pelota que se estrella contra el aro, que va a dar a las manos de no sé quién, dando al traste con todas las ilusiones que se habían generado tras la primera parte. Francia vencedora, España cayendo en semis… y mi hermano y yo juntos, viendo otra vez el partido y quedándonos con la cara esa de “hay que jod…

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Diez años de momentos, escenarios y circunstancias distintas con un denominador común: durante todo este tiempo, cada vez que mi hermano y yo hemos visto un enfrentamiento de la Selección Española de Baloncesto, ésta ha perdido, y lo ha hecho, en la mayoría de los casos, en el ultimísimo de los suspiros. Pero pese a todo, la sensación que guardo no es en absoluto de arrepentimiento: hemos disfrutado como enanos de todas esas oportunidades para gritar y pasarlo bien juntos (¡aun en la derrota!) Además, luego vienen los come-come, los análisis, los “anda mira que ir a poner…”, toda una serie de anécdotas en forma de mensajes de móvil, o de guasaps (con la llegada de ese invento del demonio que ya me han conseguido colocar llamado Smartphone) o de llamadas telefónicas sin tener apenas voz por haberse dejado algo más que las cuerdas vocales delante de la televisión.

El final que se merece esta pequeña odisea no es más que un “que nos quiten lo bailao”. Y esperando lo que el verano que viene puede ser el canto del cisne de una generación que ha inundado nuestro baloncesto de momentos de gloria (en palabras de mi padre, a quien me permito en este momento citar) me despido después de casi dos horas peleándome con el teclado de un ordenador que hoy me lo ha puesto bastante más difícil que otros días.

Van Morrison–Days Like This. “When no one steps on my dreams there’ll be days like this…”

Es lunes, 7 de octubre de 2013. Afuera está lloviendo, cae esa fina lluvia tan típica del Mediterráneo en otoño. A pesar de esa dificultad para escribir, lo he conseguido. Aquí termina esta actualización de un blog para el que poco a poco voy encontrando una nueva razón de ser.