19 de agosto de 2016

Ocho años después, otra vez, frente a Estados Unidos

2008 tuvo un verano singular, con ese punto rocambolesco que no debe faltar en todas las historias de verano que permanecen para siempre en nuestra memoria. 

Los Juegos Olímpicos de Pekín habían empezado en plena efervescencia del deporte español. La Selección Española de fútbol había ganado la Eurocopa; Rafael Nadal ganaba su tercer Roland Garros y acababa de lograr su primer Wimbledon; Alberto Contador ganaba el Tour de Francia; y el diario deportivo francés “L’Équipe” titulaba “España en estado de gracia”. Días de gloria en los que hasta nuestros vecinos del norte se quitaban el sombrero. 

En baloncesto masculino, esos locos bajitos que en el Mundial de Japón de 2006 habían roto la barrera de lo imposible, iban entrenados por Aíto Gª Reneses y acababan de dar la bienvenida a Ricky Rubio, entre otros. Raúl López había vuelto merecidamente a la Selección y también estaba por allí Carlos Jiménez, en la que sería una de sus últimas participaciones con la Selección. 

Aquel equipo ya daba muestras de madurez tras la explosión de 2006, y administrando sus recursos llegó a la final. Una nueva final Olímpica, la primera después de Los Ángeles ‘84. Había habido que esperar 24 años para volver, y en un escenario diferente el rival era sin embargo el mismo: Estados Unidos. La final era ya de por sí un premio a una de las mejores generaciones del baloncesto español – ¿la mejor, quizás?. La dimensión de aquel partido fue tal que ocho años después, de memoria, no recuerdo apenas ningún otro partido de baloncesto de aquella Olimpiada. 

Después de ocho años de peripecias europeas, mundiales y olímpicas, estamos a escasas horas de volver a enfrentarnos a Estados Unidos. Otra vez, pues la final de Pekín 2008 se repitió en Londres 2012. Mismo rival, escenario diferente, y un pequeño cambio en el guión: nos vemos en semifinales en esta ocasión. Es tal vez un buen momento para ver de dónde venimos, lo que hemos hecho y tal vez, lo que nos queda aún por hacer. Confiando en que ese pequeño cambio en el guión pueda también, y por qué no, traer un cambio al final de la historia que todos conocemos.

Es inútil preguntarse cuándo esta generación dejará de darnos sustos (como en 2014) y alegres sorpresas (como en 2015). Algunos – yo el primero- pensamos que aquella eliminación en los cuartos de final del Mundial que se celebró en España en 2014 había sido el final. Lo vivido el año pasado nos cerró la boca. Así que es imposible saber si hoy será una de las últimas ocasiones en que veamos a algunos jugadores vestir la camiseta de España. Sea como fuere, no debemos olvidar que el tiempo no pasa en vano, y que para ellos, como para nosotros, ocho años han dado para vivir y dejar atrás muchas cosas.

Ocho años después, Estados Unidos vuelve a cruzarse en el camino del baloncesto español masculino. Y aquí estamos, los que quedamos, bandera en mano, preparando el corazón para las emociones de un nuevo partido del que la historia del baloncesto hablará, sin duda alguna.

2 de febrero de 2016

Ir a Casa de Satur

El pasado 22 de enero tocó cerrar un capítulo en memoria de una de esas historias humanas que no dejan indiferente a quienes han tenido la fortuna de disfrutarlas. Hay que despedirse de una buena persona, carismática y profesional, que nos dejó.

Saturnino González Antón, Satur, fue durante mucho tiempo el maître de Casa Conrado, conocidísimo restaurante de Oviedo. Redactando esta necrológica y buscando escapar de tópicos, estaba pensando en los recuerdos que me vienen a la mente al pensar en él.

Si hay una imagen que viene a mi cabeza pensando en Satur, creo que la constancia es la primera que aparece. Siempre sonriente, siempre firme, siempre ahí. Probablemente lo hacía, pero no recuerdo oírle quejarse ni protestar. Como la imagen de un hostelero modelo. Porque él era un hostelero modelo. Y si no, que se lo pregunten a quienes trabajaron con él y a quienes tuvimos el privilegio de verle trabajar.

Satur era divertido presentando los platos. Le gustaba lo que hacía y seguramente por eso era bueno, buenísimo haciéndolo. Se trataba de una persona carismática, capaz de convencer a los más pequeños de la casa para ser del Barça; a decir verdad nunca tuve muy claro si era su carisma o la amenaza de meternos en el horno la que lo conseguía, pero eso, a día de hoy, tiene poca importancia.

Y además era buena persona, por multitud de detalles que todos los que le conocían percibían. Siempre atento, siempre amable, siempre ahí. Supongo que por todo ello, cuando era pequeño, Casa Conrado no era tal para mí sino casa de Satur. Misterios inexplicables del cerebro de un niño.

El descoloque inicial deja paso a la amargura que la vida deja en el camino tantas veces. Satur, el bueno de Satur, se nos ha ido. Que su recuerdo, su ejemplo y su figura permanezcan imborrables en nuestra memoria.