El domingo pasado se disputó la final del tercer Grand Slam de tenis, torneo que se juega “sobre la hierba” de Londres. El cartel del partido prometía; por un lado, por lo familiar de los nombres, y por otro, por lo familiar que se han hecho los enfrentamientos entre uno y otro en cada final de un torneo importante: Roger Federer (suizo) vs Rafael Nadal (español, de Manacor).
Federer es ahora mismo el rey, el más grande, el más técnico (posiblemente seguido muy de cerca por Nadal), el más frío, y, por supuesto, un gigante imbatible hoy por hoy en hierba. Si el domingo ganaba a Nadal, sería la cuarta vez que alzara el trofeo que le acredita como vencedor del torneo más emblemático del deporte de la raqueta, puesto que fue el primero que existió en la historia del tenis. Así lo hizo. Federer, sin decepcionar ni dejar expectativas sin cumplir, se hizo con el partido y se deshizo de Nadal (por fin, porque le ha costado ganarle una final al español en lo que va de año) en cuatro sets: 6-0,7-6, 6-7, y 6-3.
Sin embargo, y sin quitarle en absoluto ningún mérito al triunfo del suizo, hay que extraer el mérito que tuvo, no sólo el partido, sino el papel que ha jugado Nadal durante todo Wimbledon. Después de un torneo en el que Federer no había perdido un solo set, tuvo que llegar Nadal para poner la puntilla y ganarle, aunque sólo fuera el de la honra, un set nada más y nada menos que en toda una final de Wimbledon. Después de un primer set en el que Federer barrió sin paliativos a un Rafa al que le costó adaptarse al ritmo de la final, Nadal salió en el segundo dispuesto a no ceder (prueba de ello es que le rompió el saque nada más empezar dicho set, aunque al final terminó por sucumbir ante la frialdad, la calidad, y el empuje de un Federer que no estaba dispuesto a dejar que el español volviera a arrebatarle un título de semejantes “dimensiones” como le sucedió en Roland Garros). Pero al final la aplastante lógica se impuso y Federer ganó el partido, igualando en número de victorias seguidas en este torneo a John Borg y a Pete Sampras.
Federer es ahora mismo el rey, el más grande, el más técnico (posiblemente seguido muy de cerca por Nadal), el más frío, y, por supuesto, un gigante imbatible hoy por hoy en hierba. Si el domingo ganaba a Nadal, sería la cuarta vez que alzara el trofeo que le acredita como vencedor del torneo más emblemático del deporte de la raqueta, puesto que fue el primero que existió en la historia del tenis. Así lo hizo. Federer, sin decepcionar ni dejar expectativas sin cumplir, se hizo con el partido y se deshizo de Nadal (por fin, porque le ha costado ganarle una final al español en lo que va de año) en cuatro sets: 6-0,7-6, 6-7, y 6-3.
Sin embargo, y sin quitarle en absoluto ningún mérito al triunfo del suizo, hay que extraer el mérito que tuvo, no sólo el partido, sino el papel que ha jugado Nadal durante todo Wimbledon. Después de un torneo en el que Federer no había perdido un solo set, tuvo que llegar Nadal para poner la puntilla y ganarle, aunque sólo fuera el de la honra, un set nada más y nada menos que en toda una final de Wimbledon. Después de un primer set en el que Federer barrió sin paliativos a un Rafa al que le costó adaptarse al ritmo de la final, Nadal salió en el segundo dispuesto a no ceder (prueba de ello es que le rompió el saque nada más empezar dicho set, aunque al final terminó por sucumbir ante la frialdad, la calidad, y el empuje de un Federer que no estaba dispuesto a dejar que el español volviera a arrebatarle un título de semejantes “dimensiones” como le sucedió en Roland Garros). Pero al final la aplastante lógica se impuso y Federer ganó el partido, igualando en número de victorias seguidas en este torneo a John Borg y a Pete Sampras.
Gran victoria de Federer sobre un luchador Nadal que nunca se rindió (era la primera final que un español jugaba en este torneo desde hace más de 50 años). Si todo sigue así, con un poco de suerte puede que dentro de unos años (quizá no muchos), veamos a nuestro Rafa en el lugar de Federer. Paciencia. ¡ENHORABUENA, RAFA!
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