24 de junio de 2010

12. Final.

Son las 8:50 de la mañana.

El café humea en la taza de desayuno, mientras echo un vistazo a las noticias del día. Jornada tranquila, sin novedades dignas de mención. Apago el ordenador y apuro el café.

Y como tengo un poco de masoquista, doy un paseo matutino hasta el edificio que ha sido testigo de mi vida durante los últimos cinco años.

Todo está tranquilo, en silencio.

El eco de mis pasos resuena  por los pasillos, con el permiso del sonido de las goteras que caen de algunas partes del techo. Los únicos latidos del corazón de este edificio se escuchan en las conserjerías, y si acaso, en las oficinas de secretaría.

La cafetería vive la tranquilidad propia de la época en que los estudiantes están en sus casas preparando los exámenes de julio. Alguna chica con la mirada perdida está sentada frente a un solitario vaso con una infusión… un hombre de aspecto cansado pasa las hojas de un periódico sin detenerse demasiado a leerlas.

Las aulas están ahora vacías, inertes… de alguna manera, muertas.

Después de cinco años de nervios, timidez, tensiones, recuerdos, alegrías, conversaciones, disgustos,apuntes sorpresas, soledad, aburrimientos, encuentros, discusiones, de gente nueva, sonrisas, alguna que otra lágrima, algún abrazo, algún apretón de manos, de rutina… después de cinco años paseando entre estas aulas, hoy, por primera vez, me siento ajeno a esta realidad.

Esa realidad ya no me pertenece. Las agujas del reloj han seguido su camino, como lo han hecho siempre, como aquella tarde de 26 de mayo de 2005, y como lo seguirán haciendo, porque ese es su cometido y son fieles a su labor.

Y esas agujas dejan atrás el día en que entré, completamente acojonado, en el aula 42 para dar el curso cero. Atrás queda el día en que entré en el aula 61 para la primera clase de contabilidad. Lejos queda el día en el que suspendí mi primer examen de microeconomía, en el aula 73. Borrosos son los días de segundo de carrera en el aula 52. Como borrosas son ya las sensaciones al entrar en el aula L-203 para una de las primeras clases de tercero. Atrás, con todo lo que eso implica, van quedando los momentos vividos a lo largo de este último curso en el aula 81.

claseEl sudor viene a mis manos cuando me sitúo frente a la puerta del aula 61. Ahí firmé un pleno, ahí aprobé la asignatura más difícil de la carrera, ahí di mi primera clase de la universidad, ahí conocí a los mejores amigos que me llevo de estos años, y ahí hice mi último examen de la carrera.

Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando le doy la espalda al aula 61. Dejo atrás toda esa rutina de cinco años, que han sido duros, como lo habrán sido para el resto de personas que ya lo han pasado o que están en ello. Para mí es hoy cuando todo eso queda atrás.

Las aulas, testigos silenciosos de mi vida en estos años, quedan ahora en silencio. Otros vendrán y vivirán sus sentimientos; otros habrán pasado en otros tiempos con sus respectivas vivencias. Yo, hoy, me llevo los míos, los buenos y los malos, los que recordaré para siempre.

Y escuchando el eco de mis pasos por las paredes de los pasillos, simplemente dejo que una lágrima caiga por mi rostro. Es la lágrima de la nostalgia, del miedo a lo desconocido, de la tristeza por los momentos duros, de la alegría del final…

uni 

“Lo hemos conseguido, Javi. Lo hemos conseguido”.

1 comentario:

  1. Gracias por compartir con nosotros ese escalofrío. Yo también me he acercado a mi propia universidad solitaria, y he podido tener la alegría de garantizarle el fin de licenciatura a una persona muy especial.

    Omnia mutantur, nihil interit

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