21 de febrero de 2011

Cisne Negro

LA CRÍTICA QUE HAY A CONTINUACIÓN CONTIENE DETALLES DEL ARGUMENTO DE LA PELÍCULA “CISNE NEGRO

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“Aronofsky bien cogido de la mano de Tchaikovsky”

Aferrándome a lo que realmente pasa en “Cisne Negro”, creo que es mucho ruido y pocas nueces. Una vez que el propio director de representación del ballet nos desvela el final de “El Lago de los Cisnes” (un sueño roto…) se deja entrever cuál va a ser el final de la película. Pero volviendo sobre ella encuentro más lecturas.

No es Tchaikovsky el que nos cuenta la historia de amor entre una mujer convertida en cisne y un príncipe engañado; es Aronofsky quien narra la historia de Nina, una bailarina de ballet que apunta tan alto como su talento le permite. Pero el director coge de la mano a Tchaikovsky para llevarnos de paseo por la mente de Nina; un paseo aderezado con algunos arreglos traídos perfectamente para el score por Clint Mansell.

¿Qué pensaría Tchaikovsky si mañana levantara la cabeza y viera cómo Aronofsky utiliza su música? Exclamaría: “¡Han convertido una historia de amor en un sórdido y violento buceo por la mente de una bailarina brillante pero atormentada!”. Puede ser… o tal vez no.

La historia del príncipe Sigfrido, obligado por su madre a escoger esposa entre las jóvenes de la corte, cuenta cómo aquél se enamora de una preciosa mujer (Odette) convertida en cisne por obra del malvado mago Von Rothbart. Sigfrido, engañado por Rothbart, jurará amor eterno a Odile creyendo que ésta es Odette. Sobre el final de la historia existen varias versiones.

La música de Pyotr  Tchaikovsky en “El Lago de los Cisnes” es como una tela de araña que nos sorprende, nos atrae, nos atrapa y nos envuelve desvelándonos compás tras compás el argumento. Desde su más conocido tema hasta el final. Qué final. “El Lago de los Cisnes” es una historia de amor, una historia de la eterna lucha entre el bien y el mal, o una desgarradora historia de un sueño frustrado…

Tchaikovsky no tuvo una vida tranquila. El hecho de ser homosexual en pleno siglo XIX, además del fuerte apego a su madre (fallecida cuando Pyotr cumplió 8 años), se lo impidió. Su carácter sensible y depresivo se refleja en las muchas obras que compuso. Creo que escuchar el final de “El Lago de los Cisnes” recuerda a una especie de liberación.

Aronofsky emplea la música de un compositor atormentado para contar la historia de una bailarina obsesiva y también atormentada. Lo cual, sin lugar a dudas, es un gran acierto.

Lo más interesante, sin embargo, no es lo que pasa en la película sino cómo pasa. Lo mejor es dejarnos llevar por la maravillosa interpretación de Natalie Portman: una bailarina brillante, técnicamente perfecta, que tiene un sueño; una mente reprimida y atormentada, que se siente incapaz de alcanzar el éxito tan deseado. Un carácter obsesivo que se topa una y otra vez contra el muro superprotector de su madre, una bailarina frustrada.

La película nos envuelve como una tela de araña, quizá con algunos excesos (quizá no), mientras el carácter de Nina evoluciona (o degenera) cuando la consecución de su sueño (o el siempre posible y temido fracaso) se acerca. Nina está cada vez más atrapada en su propia mente, convirtiéndose a sí misma en su principal obstáculo.

Sigfrido y Odette lucharán contra el malvado Von Rothbart para terminar con su maleficio. El sueño de amor entre el príncipe y la mujer convertida en cisne termina con el sacrificio de los personajes; un trágico final, único medio por el cual pueden liberarse del hechizo del mago.

Nina consigue superar esa barrera después de una carrera hacia lo más recóndito y perverso de su mente. Cuando escapa de sí misma encuentra el modo de triunfar. Y mientras suenan los compases finales de “El Lago de los Cisnes” Nina saluda, ya liberada, al malvado Von Rothbart, a su príncipe amado y finalmente, al público, que aplaude enfervorecido por la genial actuación de la bailarina.

Me imagino que muchos habrán salido del cine con los pelos de punta. Pero creo que eso es más mérito de Tchaikovsky que del guión de Cisne Negro. La música de “El Lago de los Cisnes” es delicada, preciosa, perfecta; algunos expertos en música cinematográfica señalan que la banda sonora puede convertirse en una trampa que atrapa al espectador, teledirigiendo sus emociones: eso es lo que creo que ocurre en esta película.

Cuando la batalla entre la pureza del Cisne Blanco y la lujuria del Cisne Negro alcanza su punto álgido, no es Aronofsky quien lleva su guión con solidez: es Tchaikovsky con su música el que coge la batuta y adopta el protagonismo de la historia.

De Aronofsky es el gran mérito de encuadrar tan increíblemente bien la intrincada mente de Nina, la evolución de su comportamiento. De Natalie Portman es el mérito de representar de una forma tan genial la evolución de un personaje atormentado; el mérito de plasmar tan perfectamente la presión de un mundo tan difícil como el artístico. Pero es de Tchaikovsky el mérito de crear una música con tanta fuerza; de crear una composición y lograr trascender, siglo y medio después de su primera representación, en las salas de cine de medio mundo.

Y por eso, para mí, “Cisne Negro” es notable. Porque el “muy bueno” pertenece a “El Lago de los Cisnes”, utilizado aquí como un recurso (ideal, eso sí) que acompaña a nuestra bellísima Nina.

Si lo deseas, puedes ver esta crítica en mi perfil de FilmAffinity: "Aronofsky bien cogido de la mano de Tchaikovsky"

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