21 de octubre de 2013

Al amparo de los asesinos

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“Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados”
Mateo 5, 1-12

Recuerdo que estaba en la recepción, en uno de esos intervalos de tranquilidad en los que el ratón del ordenador se escapa de Opera y abre las páginas de los periódicos. Y me encontré el titular bien grande, ese que decía que Estrasburgo había fallado a favor de la terrorista Inés del Río, afirmando que ésta habría sido víctima de una detención “no regular”.

“No regular”. Como si Inés del Río hubiera sido una persona “regular”, que lo único que ha hecho en su vida es levantarse para ir a trabajar.La noticia me causa esa especie de angustia que se produce en la garganta cuando uno no se siente del todo seguro en el entorno donde está.

¿Saben los jueces de Estrasburgo lo que han fallado? Lo dudo.

¿Saben los expertos en leyes a favor de quién han fallado? Lo dudo.

¿Saben los jueces de Estrasburgo que con su decisión dejan libre a una persona que considera lícitos la extorsión, el secuestro y los asesinatos? Lo dudo.

¿Cómo puedo respetar la labor de quien falla algo –cualquier cosa, por nimia que sea- a favor de un asesino que un día decide que su ideal político merece ser defendido con una pistola en una mano y la sangre de mis iguales en la otra? De ninguna manera.

¿Cómo se puede hablar de justicia para explicar la decisión de hacer pagar a España, además, una multa económica que restituya el coste del proceso a Inés del Río? ¿Con cuánto dinero se restituye la vida de los 12 Guardias Civiles que murieron en la Plaza de la República Dominicana, en Madrid, el 14 de Julio de 1986? ¿Con cuánto dinero se restituye la vida de las otras 861 personas asesinadas por ETA? ¿Con cuánto dinero se arregla el daño moral causado a las víctimas de lo que en su día se tuvo a bien llamar “errores de cálculo”?

¿Saben qué, señores jueces de Estrasburgo? Yo no quiero que un sistema justo deje en la calle a un asesino. Yo quiero que un sistema justo permita vivir en paz a quienes respetan las leyes y juzgue –sin piedad- a quienes se la saltan. ¿Y saben por qué no quiero piedad? Porque no hay piedad cuando nosotros no respetamos el horario de cierre de los bares. Ni cuando nos saltamos el límite de velocidad. Ni cuando no pagamos los impuestos. Los que cumplimos la ley somos los únicos que merecemos el amparo de nuestro Estado de Derecho. El resto está fuera de él desde el momento en el que cogen una pistola y cargan contra la vida de otro ciudadano.

Y sin embargo, así se ha mostrado Estrasburgo. Al amparo de los asesinos.

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