"Había que quitar todas las estatuas que ese elemento levantó, hombre por favor"
Esa fue la frase que escuché cuando, hará un par de años, se tomó la polémica decisión de quitar la estatua de Franco que había frente a Nuevos Ministerios en la ciudad de Madrid.
Mi respuesta inmediata y sincera fue que entonces habría que eliminar tantas y tantas otras que muchos déspotas se han regalado a sí mismos tanto en España como en todo el mundo, tanto en el siglo XX como en toda la historia. Mi respuesta fue que, además, en Alemania aún conservan los restos de los edificios de los campos de concentración en los que se llevaron a cabo la experimentación y los asesinatos de millones de personas.
Conforme he ido recordando la conversación he ido añadiendo más contenido, más motivos por los cuales debería ser absurdo plantearse eliminar todo el rastro que el franquismo dejó en España. Debería haberle dicho que, entonces, la conmemoración de la escalada comunista en Rusia debería estar condenada también al olvido, dada la represión y los crímenes que se derivaron, al final, de la Revolución de Octubre. O que entonces el barrio soviético que se conserva en ciudades como Budapest, debería ser echado abajo y borrado de la memoria.
El otro día, durante una excursión con MarCha y yendo de monitor con niños de 1º y 2º de la ESO, terminé por casualidad en el Parque de San Pedro, en Oviedo. ¿Cuál sería mi sorpresa al descubrir una placa conmemorativa de la Revolución de Octubre de 1934? Fue mucha, y desagradable.
Por un lado, sentí esa amargura que siento cada vez que he oído hablar de Octubre de 1934 como un motivo de orgullo para los asturianos. Esa desagradable sensación al percibir que hay que sentirse orgullosos de un acontecimiento que pudo haber derivado en lo que luego sucedería dos años más tarde, que todos sabemos lo que fue. Y todo por haber mitificado una huelga general que terminó en insurrección y proclamación de un Gobierno antidemocrático, tanto aquí en Asturias como en Cataluña. ¿Orgullo por eso? ¿Nos hemos vuelto todos locos?
Por otro lado, fue una sorpresa desagradable porque que he oído tantas veces hablar del alzamiento militar de 1936 como algo injustificado, y tantas veces de la insurrección de 1934 como acontecimiento justificable y comprensible, que me salen por las orejas los motivos para considerarlos a los dos como de los sucesos más tristes de la historia que durante el siglo XX vivió mi país. Pero los dos, no sólo el alzamiento de 1936.
Todo, placas que piden quitar, frases que piden dejar, mitos que piden mantener y personajes que piden olvidar, son una sucesión de detalles que no hacen sino mantener la mente enraizada en una época que a mí personalmente no me ha tocado vivir; unos años que quedan lejos, unos rencores que hoy en día no tienen sentido más que para los revanchistas, políticos inútiles, y jueces que parecen no querer darse cuenta de que es más peligroso un etarra fuera de la cárcel que una fosa -con asesinados por el Ejército Republicano o por el Ejército Nacional-
Si lo mantenemos, como historia que es, pidamos mantenerlo TODO. No unas cosas sí, y otras cosas no.
Pero en España, ya lo dijo Gabriel Albiac, corremos cada vez más rápido para no alejarnos jamás de un punto de partida, una pesadilla que quieren no hacernos olvidar nunca.
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