20 de noviembre de 2008

Un estandarte de la verdad

A los periodistas, y a quienes tenemos complejo frustrado de tales, nos entran de vez en cuando arrebatos incontenibles que nos hacen desear convertirnos en estandartes, de cualquier cosa en concreto, pero fundamentalmente, de la verdad. Escribimos y llenamos folios y folios justificando nuestros razonamientos, defendiendo a capa y espada nuestras opiniones, luchando para que la gente esté de acuerdo con nosotros, o simplemente, para que nos lean sin echar a correr.

Cuando ocurre un suceso que marca el devenir de una sociedad, de un conjunto de millones de personas, ese sentimiento se acentúa y los arrebatos son cada vez más frecuentes, y a veces, incluso más fuertes de lo que nosotros mismos desearíamos.

Un día en Madrid, hace mucho tiempo pero no tanto, la ciudad se despertó con la pesadilla de unos trenes que explotaron con las bombas que unos individuos que no deberían merecer vivir en paz ninguno del resto de sus días, pusieron ahí.

Uno de los peores momentos de mi vida, uno de los momentos más aterradores de la historia de España, fue una ocasión en la que demostramos, entre todos, que el acontecimiento nos vino grande y no supimos comportarnos como lo haría una sociedad madura, que en principio, es lo que somos - o eso dicen -. He hecho autocrítica muchas veces, he revisado mi comportamiento miles de veces, y me he acordado otras tantas de los sucesos que tuvieron lugar tras los atentados, y siempre, siempre he llegado a la misma conclusión: no estuvimos a la altura.

¿Y por qué, por qué Javierín sale ahora con estas? No está a la altura una sociedad cuyos individuos llaman facha a alguien que se persona con una bandera de España adornada con un crespón negro al día siguiente de semejante barbarie. No está a la altura una sociedad que está más contenta por una victoria en las elecciones que triste por los atentados. No está a la altura una sociedad cuyos medios informativos trataron de forma tan descaradamente parcial la información que iba surgiendo tras las explosiones. Una sociedad madura no llama ASESINO  a su propio Gobierno, por muy descontenta que esté con su labor.

Entonces, que ahora venga Iñaki Gabilondo a dar lecciones sobre el incendio que, según él, produjo aquel día en nuestras vidas y en la sociedad española, cuando él fue uno de los artífices de "las siete capas de calzoncillos" que supuestamente tenían los supuestos terroristas suicidas que supuestamente se habían inmolado en los trenes de Madrid, a mí, me ofende.

Que diga que se ha desplazado la importancia de unas atentados a las elecciones, me causa bochorno, aunque no me debiera dar por aludido. Porque él, Iñaki Gabilondo, fue uno de tantos informadores que tras los atentados y antes de las elecciones fueron dando diversas informaciones envenenadas, condicionando así la opinión de muchas personas que, impulsadas por un sospechoso anónimo "Pásalo", convirtieron una jornada de reflexión en una especie de macabra reedición de los episodios de represión llevados a cabo por gobiernos totalitaristas con la ayuda de grupos multitudinarios.

Que Gabilondo diga que lo ocurrido aquellos días es una deslealtad, sinceramente, me da la risa. Era, ya, lo que me faltaba por oír de la boca de este individuo.

Hubo una vez que yo me creí que, aquel día, todos nos habíamos equivocado. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, he comprendido y tengo muy claro que la culpa no es de todos, sino de unos cuantos, que utilizaron el argumento de la "culpa de todos" para manejarnos y llevarnos hacia donde querían.

Los años pasan, los días, también. Pero la sensación permanece, y las lágrimas derramadas frente al televisor no se olvidarán jamás. El dolor y el miedo sellaron la jornada, dejando un rastro imborrable del que todos deberíamos aprender. Pero siempre que volvemos hacia atrás, es para quedarnos, en lugar de caminar hacia adelante.

A mí ya no me engañan, ya no cuela, ahora ya no. Mis ideas no son propias de ningún partido político sino las de un joven de 16 años que ganó el uso de razón sin leer ningún periódico, sin escuchar ninguna radio. Un joven que ganó el uso de razón y sus ideas frente al televisor viendo las imágenes de los atentados.

Lo objetivo es que se llevaron por delante 192 vidas de un plumazo. Lo peor es que cumplieron su objetivo, el de transformar el comportamiento de una sociedad democrática en el de un gallo sin cabeza. Y lo más triste de todo es que tenemos que escuchar lecciones provenientes de "estandartes de la verdad", que se pusieron al servicio de los poderes políticos cuando era la sociedad, y no los altos cargos, quienes les necesitaban.

Marco Tulio Cicerón, escritor, orador y polítco romano, dijo una vez

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio"

Sir Francis Bacon, además, dijo también

"La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad"

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