10 de septiembre de 2008

¿Se merecía el premio Nadal? (y más cosas)

El otro día, concretamente el miércoles pasado, le dieron el premio Príncipe de Asturias al deporte al tenista español número 1 del mundo, Rafael Nadal.

¿Qué me parece que le hayan dado este premio a Rafa?

Nadal es uno de los más grandes tenistas de la historia que el tenis ha conocido y posiblemente uno de los mejores deportistas que actualmente existen. Su indescriptible capacidad de lucha, su juego, su garra y su técnica han encandilado a no pocos aficionados a este grandísimo deporte de la raqueta. La victoria en Roland Garros, el triunfo en Wimbledon, la medalla de oro en Pekín 2008 y las semifinales del US Open, son los exponentes de una temporada y un expediente, el de Rafa, que resume todo lo que a día de hoy podríamos decir de él.

Sin embargo, me parece que no es Rafa quien debería recibir el premio este año. Entiendo que el galardón Príncipe de Asturias al deporte premia una trayectoria ejemplar en el ámbito deportivo; una trayectoria que ya ha alcanzado su culminación, y que ya está terminada o cerca de terminarse. ¿Por qué? Porque si se premia una trayectoria cuando aún no ha terminado, y luego el deportista en cuestión consigue -por difícil que sea- mejorar sus resultados, ¿qué premio le damos?

Hace tres años, Fernando Alonso recibió este mismo galardón. Fue un caso polémico, como no podía ser de otra manera tratándose de un piloto de F1 que en el momento de ser galardonado aún no había ganado el Mundial. Michael Schumacher (Premio Príncipe de Asturias al deporte en 2007), aun sin haberse retirado, había ganado ya siete campeonatos mundiales de automovilismo. En el contexto del deporte de motor, otro español, Ángel Nieto, ha ganado siete campeonatos mundiales de motociclismo en 125 cc y seis campeonatos mundiales en 50 cc; cuando Fernando Alonso fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias por delante de deportistas de motor como los dos ejemplos que he citado, las comparaciones surgieron y la polémica acompañó la ceremonia de 2005.

Hace dos años la Selección Española de Baloncesto selló con una impecable victoria ante Grecia un Mundial inmaculado. En aquel mismo año 2006, el equipo español recibió el Premio Príncipe de Asturias al deporte. Sin embargo y pese a ser uno de los mejores momentos de la historia del baloncesto español, aquel equipo aún no había tocado techo. Por delante estaba el Europeo que se jugaría en España en 2007 y además, la Olimpiada de Pekín este mismo año 2008. Nada menos que un subcampeonato de Europa y una merecidísima medalla de plata en la Olimpiada, acompañan al campeonato del Mundo logrado en Japón en el año 2006. En este momento, cuando el equipo ha terminado un ciclo con la retirada anunciada de Pau Gasol y Carlos Jiménez, cuando el equipo ha completado cuatro años que serán largo tiempo recordados, ¿con qué premiamos a la Selección Española de Baloncesto, cuando -ahora sí- ya ha terminado esa trayectoria de la que he hablado al principio?

Si querían darle el premio a un tenista con trayectoria, nombres no faltan para la leyenda: Andre Agassi (cuyo retorno a la élite y al número uno mundial se produjo tras unos años de dificultades), Pete Sampras (quien ostenta el récord de títulos de Grand Slams logrados, con 14). Son sólo dos ejemplos.

Con 23 años, el currículum de Rafael Nadal es ya histórico. Pero, pese a alegrarme de tener -quizás- la oportunidad de ver de cerca a uno de nuestros ídolos por las calles de Oviedo, me parece que aún no era el momento de otorgarle un Premio de estas características. No ya sólo por la imagen del Premio, devaluada desde hace unos años por las razones que he indicado, sino por el propio deportista en sí. ¿No sabe mejor un premio por una larga trayectoria, que un premio por un éxito inmediato?

Esta noche viendo Caso abierto (el retorno a la rutina invernal y hogareña es inminente... en cuanto recuerde la programación televisiva de cada día habré caído en la trampa, jejeje) he escuchado una canción preciosa.

Es cierto que es difícil encontrar una razón para ser lo suficientemente feliz en cada momento de la vida. Pero hay veces que es tan fácil, realmente tan fácil, sonreír aunque todo a nuestro alrededor nos invite a lo contrario...

Una tarde en la Botica para saborear que estamos de vacaciones -aunque a algunos aún les quede un poquito- viene genial de vez en cuando. Soñar con un viaje a la Warner, con un vuelo a Nueva York, o recordar que durante seis semanas he vivido lejos de mi vida, eran meras excusas para disfrutar. Aunque sólo fuera un poquito.

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