- ¿Por qué siempre tienes que pensar que las cosas del mundo pueden ser de otra manera? Siempre, siempre, siempre piensas en cómo podría ser la política, la economía, el deporte... siempre... ¿por qué?
- No me jodas, Maite, no vengas a soltarme ahora el sermón que siempre me sueltas el 30 de septiembre. Sabes cómo soy y no vas a cambiarme, ni tú ni nadie...
No era una discusión. Era simplemente la conversación que solía tener con Maite el último día de vacaciones, cuando el mundo se le venía encima y entraba en depresión post-verano. Era una conversación como todas esas de 30 de septiembre... salvo en el detalle de que aquella vez, en ese instante, él sí era feliz.
Se alejaron por la calle de la Alameda juntos, sonrientes, disfrutando. Se abría un mundo lleno de esperanza para él, y él mismo era consciente de ello. Porque sabría que habría dificultades, que dudaría, que habría momentos en los que desearía no seguir adelante; pero seguiría. Porque sabía que "Su vida con Maite" merecía la pena.
Merecía la pena.
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