20 de septiembre de 2008

¡VIVOS!

Bendita la reina de nuestra montaña

que tiene por trono la cuna de España

y brilla en la altura más bella que el sol...

Yo creía que este verano ya lo había visto todo. Pero nada más lejos de la realidad.

La idea de ir a Covadonga y cumplir una promesa que me hice en enero tomó forma el martes pasado, cuando leí un mensaje que me invitaba a organizar la excursión correspondiente. Ya que me habían cedido el báculo organizador, yo mismo opté por la idea de realizar la ruta que lleva los pasos del caminante desde el santuario de Covadonga hasta la Vega de Orandi, valle que está al otro lado de la cueva donde reposa nuestra Santina.

Es Madre y es Reina. Venid, peregrinos,

que ante ella se aspiran amores divinos

y en ella está el alma del pueblo español.

La subida desde el santuario hasta la Vega se hace por un camino de zig-zag que gana altura discurriendo por un terreno complicado, y al llegar arriba, la señalización para encontrar el sendero a la hora de bajar -más adelante hablaré de ello- no es la mejor.

Cuando llegamos a la Vega de Orandi vemos que hay un río que cruza el valle -río Las Mestas- y se introduce en una cueva del Monte Auseva... el agua que vemos caer hacia lo oscuro desde la Vega es la misma que vemos caer bajo la cueva de Covadonga en el santuario, junto a la fuente de los Siete Caños.

Dios te salva, Reina y Madre

del pueblo que hoy te corona

en los cánticos que entona

te da el alma y corazón

Por la mañana llegamos a Covadonga y realizamos una pequeña visita, tanto a la Basílicia como a la Cueva, aprovechando además que este año, el 2008, es el Año de la Santa Cruz. A continuación y cuando todos teníamos pan para la excursión (aunque fuera comprado obligatoriamente en forma de bocadillo de jamón serrano...) comenzamos el ascenso por el Monte Auseva siguiendo la indicación amarilla y blanca de la Ruta de Orandi.

Haciendo un poco el ganso -incluido un amago de espeleología- pasamos la mañana, ya que la subida nos llevó algo menos de una hora. Comimos bajo un sol que no tardó en desaparecer tras las nubes -que, eso sí, nos perdonaron el día-, y vimos a LOS TERNEROS y LAS VACAS pastar en el prado. Después a punto estuve de quedarme sin gafas de sol por culpa de (¿o gracias a?) la alegría de un aprobado, y a continuación el canal 24 horas realizó un interesante documental sociológico sobre Alemania y su estilo de vida en general. El documental incluyó un experimento con corteza de cerdo, que resultó ser un fracaso pero... ¿será ese el primer paso para dar respuesta a la pregunta que ha inquietado al ser humano durante miles de años? ¿Qué ocurre cuando una corteza de cerdo se moja?

causa de nuestra alegría,

vida y esperanza nuestra.

bendice a la Patria y muestra

que sus hijos tuyos son.

Después de comer subimos al monte que está enfrente del Monte Auseva, el Cuetu la Vallina. Ahí la travesía dejó de ser un tranquilo paseo por la montaña para convertirse en pseudo-alpinismo o senderismo de altura. No se le puede llamar de otra manera cuando, para coronar el susodicho Cuetu, no había sendero y tuvimos que abrirnos paso a través de matorrales, troncos de baja altura y tronchados, zarzas, rocas y hoyos hasta llegar arriba -para mayor satisfacción de alguno-. Quizá fuera un poco decepcionante el que, al estar tan tupido el bosque de la montaña, la vista que había desde arriba era más bien normal al estar tapada por los árboles. Antes de retornar al valle hicimos unas cuantas fotos y cantamos a grito pelao que le compraríamos un vestido de seda a Adelita. Regresamos al valle por el camino que seguí cuando hice la ruta los años en los que el Belén de Cumbres no era una pseudo-excursión navideña en MarCha, y volvimos de nuevo adonde teníamos nuestras mochilas -porque, gracias a Dios, las teníamos-. Echamos una siestecilla -aunque fuera de un minuto y para despertarnos sobresaltados...- y comenzamos a recoger para iniciar el que sería uno de los descensos más peligrosos de toda mi vida.

Echamos a caminar y pasamos junto a la única señal de ruta que vi desde que comenzamos a descender. Nuestros pasos iban realizando un zig-zag para salvar el desnivel del Auseva y siempre en dirección hacia la Basílica de Covadonga, que se veía, majestuosa, allá abajo en el valle. La sensación que recuerdo es de gran amargura al comprobar que, en 10 minutos, habíamos perdido todo rastro del sendero que esperábamos encontrar mientras descendíamos la montaña. La orientación era la correcta pero nos habíamos equivocado de camino, éste comenzó a cerrarse cada vez más, y lo único que se veía eran piedras, matojos, zarzas, y árboles con las ramas podridas que se rompían al apoyarse lo más mínimo en ellos. Mi mente comenzó a obnubilarse y a cerrarse cada vez más, como las ramas y los zarzales nos cerraban el camino.

Como la estrella del alba

brilla anunciando la gloria

y es el pórtico la gruta

del templo de nuestra historia.

Llegado el momento en que comprendimos que volver para encontrar el sendero era inútil -darme la vuelta y comprobar lo que habíamos descendido en diez metros me ponía los pelos de punta- asumimos con más o menos deportividad que había que continuar el descenso fuera como fuese. Más piedras, más zarzales, más barrancos. Para mí, más desesperación. Mi camiseta estaba empapada en sudor, los pantalones impermeables -benditos pantalones impermeables- se me pegaban a las piernas por la transpiración, y la única forma posible de bajar en numerosas ocasiones era sentarse e ir resbalando piedra abajo -la coña del barranquismo se convirtió en la única forma posible de caminar...-. Cuando preguntaba la hora y reparaba en que hacía más de una hora que habíamos comenzado a descender, recordaba que nunca, en los cuatro años que había hecho la ruta, habíamos tardado mucho más de una hora en llegar a Covadonga; en aquel momento, aún nos quedaba un buen trecho por descender y las campanas de la Basílica -la cual ya no se veía- se escuchaban aún, pero cada vez más lejos.

No sé cuántas cosas comenzaron a pasarse por mi cabeza a partir de las siete y cuarto de la tarde. La suerte que tuve de encontrar un trozo de madera que hizo las veces de imprescindible bastón para salvar el desnivel, aún no la puedo describir. Me quedé el último de la expedición por tener que retroceder al haber hecho una intentona de encontrar algo parecido a un camino que resultó fallida; para volver los dos metros que había avanzado lo pasé francamente mal, si no fuera porque las piedras estaban colocadas de manera que pude agarrarme y tirar de todo mi peso con los brazos (las botas no encontraron apoyo). Al conseguir ascender y regresar con el grupo, me senté y cerré los ojos, apoyándome en el bastón.

Ella es el cielo y la fe,

y besa el alma de España

quien llega a besar su pie.

Mis ojos estaban aguantando las ganas de echarse a llorar, y mis piernas las ganas de echarse a correr a ver si así se conseguía algo más. Por suerte la paciencia y la cautela que habíamos demostrado en casi todo momento se impusieron, y me bastó con dejar la mente en blanco, escuchar, y rezar. La Santina se encontraba a menos de un kilómetro desde nuestra posición, así que yo no dejaba de pensar que no habría que rezar muy alto para que escuchara.

Tras casi dos horas de descenso, la única luz que mantenía viva mi esperanza en medio de aquel barranco era escuchar las campanas de la Basílica de vez en cuando -significaba que no estábamos perdidos-, y ver la carretera de los lagos justo delante de nosotros. Cuando los zarzales cerraban el paso ya casi definitivamente, la figura de un coche pasó a escasos 50 metros desde donde estábamos en ese momento, y en ese momento el sol pareció iluminar lo que hasta ese momento había sido una de las noches más oscuras de mi vida... me levanté y me puse a golpear las zarzas que ya llevábamos golpeando unos minutos antes con la esperanza de romperlas, y a continuación la auto-nombrada -por necesidad, ya que uno estaba mosqueado, otro nervioso, y otro disfrutando de la situación- jefa de la expedición gritó la frase de la tarde

¡VEO UNA VALLA Y VEO LA CARRETERA! ... ¡YA ESTOY ABAJO!

Virgen de Covadonga, Virgen gloriosa

flor del cielo que aromas nuestra montaña

Me dio igual pincharme, rasparme, resbalar. Me moví como hasta entonces, igual incluso con más cautela, pero por fin sabía que mis pasos se dirigían hacia el final. Me apoyé a un tronco de árbol que no se rompió -"ha ido a aguantar el que tenía que aguantar" mascullé entre dientes de la emoción de verme por fin fuera del bosque- para superar los últimos obstáculos del barranco, y me abracé a un tronco enorme con el fin de no resbalar y caer encima de mis compañeros. Cuando -¡por fin!- me llegó el turno de alcanzar la meta que tan lejos había parecido estar, les dije a todos que se quitaran y de un salto salvé el metro de desnivel que restaba. Como recompensa, recibí la culada más dulce de toda mi vida ya que mi bota, después de resistir por la tierra, la hierba, la hojarasca y las rocas toda una tarde, resbaló al entrar en contacto con el asfalto. Bendito asfalto, bendito abrazo, y benditas sonrisas de todos al final.

Porque no fue una experiencia agradable pero lo bueno es vivir para contarlo y saber que, pese a todo, pudo ser peor.

tu eres la más amante, la más hermosa,

Reina de los que triunfan, Reina de España.

Si no sonaran las campanas de la Basílica de vez en cuando todo habría sido distinto, y quién sabe, quizás si no hubiéramos estado tan cerca de nuestra Santina, los claros que veíamos en la bajada de vez en cuando igual no hubieran estado tan claros... o nos hubiéramos encontrado con un desfiladero -que los hay- y a ver qué hacíamos...

Lo mejor de todo es que estamos aquí y que fuimos capaces. Cuando, ya cerca del coche que nos recogió, miraba la montaña y el bosque, me entraba la misma congoja que había sentido minutos antes... pero la Salve no resultó inútil y ya no estaba en el bosque sino en el coche... y estaba sano, salvo, vivo y feliz de poderlo contar.

Nuestros padres sus ojos a Ti volvieron

y una patria en tus ojos adivinaron

Lo que inicialmente era el cumplimiento de una promesa se ha convertido en una de las excursiones más legendarias de mi vida. Pocas veces he agradecido tanto regresar sano y salvo de una excursión, y mi vida ha cambiado tanto desde el miércoles pasado que tengo el espíritu aventurero más agudo que nunca... mi deseo de volver al monte es enorme.

La importancia de estar rodeado de los tuyos en momentos difíciles se hizo latente, para mí, durante todo el día pero en especial en el peor, casi al final. Fue una experiencia increíble y digna de ser recordada para siempre.

con tu nombre en sus labios por Ti lucharon

con tu amor en las almas por ti vencieron.

P.D: la próxima vez que vaya de excursión a una montaña voy a llevar machete, bengalas, linterna y brújula.

¿Cuál será nuestra próxima aventura?

¿La subida al Sueve, tal vez?

4 comentarios:

  1. Buenas, soy el alguno de mayor satisfacción de más arriba en el artículo.

    Coincido totalmente en que la fuerza del grupo (en lo que cada uno bien podíamos aportar en apoyo de los otros), y la inestimable ayuda de la Santina (yo mismo recé una salve en voz alta según bajaba por uno de los peligrosos tramos; y bien sabe Dios que le debo unos dos euros de mi cartera la próxima vez que vaya a Covadonga) nos permitieron llegar a buen puerto.

    Mi espíritu aventurero está activo de todas formas; al día siguiente disfruté enormemente triscando como cabras por los acantilados cerca de Ribadesella. Y volvería a hacerlo.

    Sin ánimo de frivolizar nada (en todo momento fui consciente, y sigo siéndolo, del peligro que corrimos), disfruté como un enano de todo el trayecto. Y sin dejar a un lado el peligro, es con la sensación que me quedo de toda la bajada.

    Me sentí vivo, me sentí pletórico, literalmente me crecía antes las dificultades (que a su vez, eran igualmente crecientes), viví una aventura y no la hubiese cambiado por nada del mundo.

    No se que demonios estaba segregando en ese momento, pero me gustaría saber donde puedo conseguir un poco más.

    Excepto ya al final (que la dificultad EXTREMA hacía necesaria una concentración equivalente), fui parloteando todo el rato soltando chorradas, cada vez más rápido, y mientras parte de mí sabía que no era más que una forma de distraer la mente ante el peligro, a otra le daba exactamente igual y se dejaba llevar.

    Pero entre la euforia de la aventura en sí y la determinación por conseguir nuestra meta de llegar a la civilización, ni siquiera la preocupación latente (que la tuve) porque nos pasara algo podía empañar como disfruté el trayecto.

    Glorioso. Épico. Inolvidable.

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  2. Siempre hablamos de sentirnos vivos, de disfrutar de la naturaleza que nos rodea, de aprovechar el momento.

    ¡¡¡Sí!!! me sentí útil, me sentí viva, me sentí querida y me sentí fuerte.

    Hay momentos únicos e irrepetibles.

    Desde el miércoles hasta hoy han cambiado cosas y me siento más viva que nunca. Gracias.

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  3. El que faltaba para completar el cuarteto...
    yo no recé, ni me molaba un pijo la situación, ni se cuantas ganas me kedan de volver al monte (soy animal de asfalto, recordais?), xo cada vez ke me kejaba ese miercoles por dentro pensaba... Ke bueno estar aki, con ellos, ke bueno ke aun me kede capacidad para sorprenderme, para disfrutar, ke bueno ke este verano haya estado lleno de grandes historias que recordar, ke bueno es vivir...
    eso es lo ke me mantuvo en pie cuando ya no podia mas.
    xa cuando repetimos?

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  4. Thanks :)
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