7 de octubre de 2009

2. La bajada. Atardecer. 24 de agosto

Esto es siempre igual. Igual de difícil, quiero decir.

Hace dos años estaba ahí abajo, paseando, mirando al mar y pensando en la que se me venía encima. Recuerdo que hace dos años no sabía muy bien adónde iba mi vida; es algo similar a lo que me ocurre ahora, que debería estar a un año de licenciarme. Pero esto no es igual que entonces.

Hace un año volvía a estar ahí abajo, pero esta vez estaba sentado, tranquilo, quieto; mirando atrevidamente a un mar excepcionalmente bravo, con la ilusión de alguien que está en uno de los mejores momentos de su vida.

Hoy, dentro de un rato, estaré ahí abajo de nuevo. Cumpliendo la tradición de despedirme de este lugar. Estoy ilusionado, pero muy nervioso.

Porque en el fondo, bajar supone asumir que estoy a dos o tres semanas de comenzar a preparar el camino que debería dirigirme a una nueva etapa en mi vida. Si me quedo es porque quiero resistirme a ese paso; bajando, admito que ese paso es necesario y que es el momento de darlo. Gracias a Dios, ahora sé en qué punto me encuentro, y aunque no sé dónde voy a terminar, eso me puede facilitar el encontrar “adónde” quiero ir.

Maite, los estudios, los amigos…

Tal vez la dificultad esté en lo raro que es llegar y marcharme de aquí. Cuando llego me siento raro porque me siento como en casa y a la vez me siento en un sitio nuevo; y cuando me marcho, siento que en cierto modo me voy de “casa”, y algo en mi interior no termina de asumir el tener que irse de aquí año tras año si lo considero “mi casa”.

1 comentario:

  1. La cuestión es que el tiempo pasa... y cada año que vuelves a casa no eres el mismo, aunque lo que dejas al marcharte y lo que encuentras al llegar prácticamente no cambie...

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