22 de enero de 2011

La señal.

Abrió los ojos.

La almohada estaba en el suelo, arrugada contra la pared. Tenía la sensación de que miles de voces le habían estado gritando al oído justo en el momento de despartarse. Y ese dolor… ese dolor de cabeza lo iba a matar.

No le había gustado su sueño. Bueno, sí le había gustado pero le estaba cogiendo cierta tirria a ese tipo de sueños de los que no quieres despertar…

“… caminaba por la arena de una playa. El viento mecía suavemente las hojas (¿era primavera? Tal vez verano… por la temperatura era imposible que se tratara de cualquier otra estación…) de los árboles que había junto al paseo, alternándose con las farolas que iluminaban el paseo.

El agua del mar iba y venía meciéndose tranquilamente bajo la luz de la Luna. Ese sonido de las olas tan tranquilo, tan calmado, testigo del tiempo y ejemplo de eternidad (va y viene, va y viene, va y viene…) le relajaba más que ninguna otra cosa en el mundo. Le gustaba ver las marcas que quedaban en la arena cuando una ola mojaba la orilla…

Se detuvo y estuvo mirando un buen rato al oscuro horizonte. Al fondo, allí a lo lejos, las luces del bullicio de la ciudad parecían sacadas de una diminuta maqueta de tren. Los colores blanco, rojo, verde y algún azul se reflejaban sobre las aguas, conformando una auténtica estampa digna de la mejor portada de un disco “Chill Out”.

Y las olas iban y venían, tranquilamente, sin prisa, una y otra vez… no pensaba en nada hasta que se fijó que en la punta del espigón había alguien.

¿Quién podría ser? Se asustó. A esas horas solía haber parejas paseando o sentadas en la arena, algunos pescadores intentando capturar una original comida para el día siguiente… pero no solía haber nadie así. Nadie que despertara tanta curiosidad. Esa era una persona distinta a todas las demás.

Comenzó a caminar hacia el espigón. No tenía un motivo para responder a quien en ese momento le hubiera preguntado por qué dirigía sus pasos hacia la persona desconocida. Además, estaba asustado, y uno nunca debería caminar con miedo… especialmente hacia aquello que no conoce.

- ¿Quién eres? – le preguntó a la figura que permanecía quieta y callada en el espigón, frente al mar.

- Alguien a quien llevas esperando mucho tiempo – respondió la misteriosa figura con una voz femenina.

- Llevo esperando a mucha gente mucho tiempo… – explicó él, un tanto enervado por la abstracta respuesta de su interlocutora.

- Quizá por eso te refugies en la oscuridad de la noche – le dijo ella. – Para huir de los fantasmas a quienes esperas durante el día.

“Pues vaya”, pensó. “La lista que todo lo sabe abriendo la boca para darme lecciones de lo que hago y dejo de hacer…”

- ¿Cuántas noches llevas trayendo tus sueños a esta playa, a esta orilla, junto a este mar? – le preguntó la mujer misteriosa.

Él, reflexionando un poco y olvidándose del momento en el que la mujer misteriosa parecía haber comenzado a dar lecciones de saberlo todo, respondió:

- Muchas… a veces creo que demasiadas.

- ¿Y qué esperabas?

- Una señal. Un indicio. Algo.

- ¿Y lo has encontrado?

- No. Por eso sigo viniendo tan a menudo. Así que vuelvo a preguntar, ¿quién eres tú?

Entonces la mujer se giró hacia él, y le mostró una preciosa sonrisa. Comenzó a caminar, se acercó a él, pasó a su lado caminando y continuó su camino esta vez alejándose y adentrándose en la oscuridad.

Él se quedó mirando al mar, entre sorprendido y embobado. “Por favor, cada día hay más chiflados por el mundo”.

La brisa de la noche trajo a sus oídos un eco femenino que susurró: “Soy alguien a quien llevas esperando mucho tiempo…

Y entonces entendió.

Se giró, dándole la espalda a la bella postal nocturna iluminaba por la Luna, y comenzó a dirigir sus pasos hacia la oscuridad de lo desconocido. No podría recuperar todo el tiempo que había permanecido esperando en la arena de aquella playa pero tal vez podía aprovechar que en ese momento todo había encajado… vio a la mujer a apenas unos metros de él. Aceleró el paso, ya casi la estaba alcanzando, ya casi distinguía perfectamente el chal negro que cubría delicadamente sus hombros… estiró el brazo, ya casi estaba a su altura…”

… y entonces despertó.

Y esa era la clase de sueños que detestaba. Aunque, por otra parte, tal vez fuera el tipo de sueños que más significado tenían.

1 comentario:

  1. Esto si que me gusta, ¡muy literario! (no es que el resto no me guste :P)

    Grande Pichu, grande, dejemos de perseguir los sueños y tal vez se nos acerquen por voluntad propia...

    Un beso!

    ResponderEliminar