27 de noviembre de 2009

“Jóvenes Aparte”

Crónicas del Asfalto

Esteban Greciet

Jóvenes, un mundo aparte

Pocas veces como ahora, en la historia conocida, habrá tenido la juventud unas características tan peculiares y diferentes de las generaciones adultas. Yo creo que muchos de los jóvenes y adolescentes de hoy desdeñan a los mayores, su pasado, su cultura, y la moral convencional, a favor de un cierto hedonismo, impuesto por el género de vida, y de un comportamiento gregario tendente a buscar una suerte de apoyatura social en lo colectivo.

No trato de introducir ningún enfoque maniqueo pues en el fluir de las generaciones, a través del tiempo y de los acontecimientos, tenemos responsabilidades, para bien y para mal, quienes vamos entregando el testigo. Pero la realidad es la que es, guste o no, y está ahí formando parte de nuestro mundo.

Es difícilmente negable que se da esa desvalorización de la experiencia y de la sabiduría acumuladas durante muchos siglos de civilización. Una serie televisiva que estas semanas proyecta con éxito Antena Tres enfrenta los alumnos actuales con lo que dice ser la enseñanza en las aulas de los años sesenta.

Tal vez por la presunta juventud de los guionistas, la escuela que se presenta no pasa en sus métodos de los años cincuenta o tal vez de los cuarenta, como con la intención, por parte de la emisora, de desvalorizarlos. Pero las actitudes de los chicos han producido el efecto contrario en la audiencia.

Existe entre los jóvenes una especie de tácita complicidad entre ellos, como si trataran de establecer un mundo aparte, sin darse cuenta de que la juventud es pasajera y pronto serán adultos con unos condicionamientos parejos a los de sus mayores. “todos lo hacen”, es el argumento máximo que trata de respaldar sus actos.

Además, como apunto más arriba –y siempre con temor de errar-, parecen mostrar una sostenida inclinación hacia la mística de la masa: los botellones, los conciertos, en los que se hacen los mismos gestos, o los festejos multitudinarios para liberar adrenalina, como el de Buñol y otros semejantes... esto no quiere decir que los chicos de hoy sean mejores ni peores, sino fruto de su tiempo y del decaimiento de una serie de valores y principios que antes se entendían permanentes.

Un conocido cardiólogo me decía hace unos días que los jóvenes médicos del MIR, a quienes se exige una nota media muy alta, suelen ser muy inteligentes y estar mejor preparados (los JASP, que se dice) que los de generaciones anteriores a su edad, pero también que, en general, están “peor educados” y les cuesta aceptar la disciplina.

Hemos de convenir en que el mundo occidental se ha secularizado y ha producido una dicotomía entre la moral relativista del día y el cristianismo secular, católico, ortodoxo o protestante, que ha vivificado su historia y sustentado su ideario. Si no hay fe, tiene menos sentido mantener algún tipo de exigencia personal o esforzarse en cumplir bien con el prójimo. Lo escribió Dostoiewsky: “Si no hay Dios, todo está permitido”. Pero estas consideraciones nos llevarían muy lejos.

Viniendo a lo primero, en línea con lo dicho y para desdramatizar un poco, es de observar por parte de la juventud –y de otros menos jóvenes- la entusiasta adopción de las nuevas tecnologías de la comunicación como elementos indispensables de su desenvolvimiento en el grupo y, a su través, con la sociedad que les importa. Sobre este último punto, cuentan de un muchacho que estaba en su casa y, tras ver la película “Mar Adentro”, le dijo a su madre:

“Mamá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y de líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. ¡Prefiero morir!”

Entonces, la madre se levanta y procede a desenchufar el DVD, el televisor, la TV por cable, el PC, Internet, el MP3/4, la PlayStation, la PSP, la WII y el teléfono fijo; le quitó el móvil, el “ipod”, la blackberry y le tiró las cervezas. El joven se lo contaba a un amigo con este comentario final:

”La madre que la parió, ¡casi me muero!”

(del periódico La Hora de Asturias, número 176, Opinión)

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