El 7 de mayo de 1824, casi bien entrado el siglo XIX, en el Teatro de la Corte Imperial de Viena tiene lugar el estreno del que va a ser el último gran éxito de Ludwig van Beethoven.
El teatro está lleno, la expectación por la que puede ser la última ocasión de ver al afamado compositor en público es total. Cuando comienzan a sonar los primeros compases del primer movimiento, el Allegro, la fascinación es absoluta. Beethoven ha estrenado una creación innovadora que incluye formas musicales que hasta ahora no se habían oído; al comenzar el segundo movimiento, el Molto vivace, todos los allí presentes comprenden que Beethoven ha conseguido romper con esquemas musicales cerrados que hasta entonces se habían compuesto; al inicio del tercer movimiento, el Adagio molto, lo que se escucha es el espíritu precursor del romanticismo decimonónico; la ruptura con el clasicismo es clara y evidente en un contexto de Ilustración, donde los principios de igualdad, libertad y fraternidad guían nuevas líneas de pensamiento y dan lugar a una sociedad nueva –y conflictos nuevos-; todo esto impregna la música de Beethoven.
Y tras el tercer descanso comienza el cuarto movimiento, el Presto – Allegro. El coro, que hasta entonces ha permanecido en sus asientos figurando como mero espectador, se levanta entonces y comienzan a sonar los acordes del que será el himno de la futura Unión Europea. Pero eso el público no lo sabe; el público ahora mismo está disfrutando de la melodía que sale de los violonchelos, hasta que el bajo toma aire y canta
Entonces la sinfonía va subiendo en tono e intensidad, mientras el cuarteto solista canta y responde a los acordes de la melodía instrumental. Y por fin, el éxtasis sinfónico llega con la entrada en escena del coro, que irrumpe dejando extasiados a los oyentes. Ellos, los protagonistas de ese momento, los espectadores, y el actor principal, no tienen ni idea de que lo que están oyendo en esa sala será arreglado, un siglo y medio más tarde, para convertirse en el Himno de la Unión Europea; como tampoco saben, por supuesto, que casi doscientos años más tarde esa partitura será declarada como parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO.
Pero de todos los que están en el teatro, uno no puede captar toda la importancia del momento. Mientras el público, en pie, impresionado por lo que acaba de escuchar, ovaciona a Beethoven, éste permanece de espaldas al público mirando a la orquesta: su sordera le impide escuchar los aplausos que le están siendo dedicados por última vez. Sólo el movimiento de una solista, que le coge del brazo para que se dé la vuelta, permite que Beethoven sea consciente del espectáculo.
185 años después de este impresionante y exitoso estreno, tuvimos en Oviedo la oportunidad de disfrutar de esta gran obra, con motivo de la celebración del Décimo Aniversario del Auditorio Príncipe Felipe. Lorin Maazel dirigió a la Orquesta Sinfónica de Toscanini y al coro del Orfeón Donostiarra, acompañados de un cuarteto vocal de excepción, la soprano Nancy Gustafson, la mezzosoprano Veronica Simeoni, el tenor Roberto Saccà y el bajo Attila Jun.
Yo, por segunda vez en mi vida, tuve la oportunidad de disfrutarlo (¡gracias a que todos los tontos tenemos algo de suerte!) y créanme… fue algo digno de vivir en directo.
P.D: solamente decir la versión que he encontrado por Youtube para acompañar la lectura es un directo que no es ni la mejor ni la que mejor se escucha. Además, como anécdota, decir que al final del primer vídeo se oyen unos aplausos... probablemente de unos espectadores algo despistados que pensaban que había terminado la obra en ese momento.. ¡cuando aún quedaba lo mejor!
Además, podéis leer la crítica que hace La Nueva España del concierto del sábado aquí: La Nueva España, 18-5-2009, "Serenidad y vigor en la cumbre"
No hay comentarios:
Publicar un comentario